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Elecciones en Uruguay: continuidad con otro pelaje

Última actualización: 25 de noviembre de 2024 10:40 pm
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Cuando Yamandú Orsi, mandatario electo de Uruguay desde este domingo, le ganó la interna en el Frente Amplio a comunistas y socialistas en junio último, defendió en su primer discurso de candidato la necesidad de cambio, pero aclaró de inmediato “cambio no es demolición”.

El dato interesa porque Uruguay nos acostumbra a continuidades del mismo o diferente pelaje, pero nada de grandes saltos. Se ve con claridad en la decisión del electorado que le da a Orsi una clara victoria, después de escapar de los extremos al rechazar por amplio margen en la primera vuelta la estatización de la jubilación y la baja de la edad de retiro que proponía la central sindical y el partido comunista, alas minoritarias del Frente. Iniciativas que por cierto repudiaron tanto Orsi como su mentor Pepe Mujica en coincidencia con el oficialismo de Luis Lacalle Pou.

Al mismo tiempo, en aquella primera cita, los votantes armaron un Parlamento cortado al medio donde no hay otro camino que la negociación. Es un episodio que recuerda en cierta medida al de Chile, cuando se le da la victoria a Gabriel Boric en 2021 después de que le gana la interna, también allí, al comunismo, pero el electorado llena el Congreso con los antiguos partidos tradicionales, demócrata cristianos y socialdemócratas, como una suerte de control político.

Conviene por lo tanto cierta cautela con las categorías sobre una rivalidad poco visible entre izquierda o derecha en Uruguay (o la región), más allá de una forzada síntesis periodística. En el país oriental la diputa electoral fue entre dos versiones hacia el centro, un dato que también acerca este proceso al fenómeno electoral brasileño que es por donde busca moverse Lula da Silva.

También merece prudencia la noción insistente de que se vive una época en que los oficialismos pierden en todas las fronteras. Esa situación es ciertamente visible, pero lo que importa es que nace de enormes y repetidas contradicciones económicas país por país que reducen o anulan la capacidad de crecimiento de las clases medias. La frustración modifica el mapa electoral.

Celebración de los frentistas en Montevideo tras la victoria de Orsi Reuter

Uruguay tiene los sueldos en dólares más altos de la región, pero aunque la inflación es envidiablemente reducida desde la perspectiva argentina, 5% anual, la vida es extremadamente cara. Ahí y en otros sitios, como acaba de exhibir Estados Unidos, el exitoso número macro no alcanza para ganar elecciones.

El voto a Orsi refleja una incomodidad que va más allá de esas estadísticas y alimenta con este giro la esperanza de que se mejore la distribución del ingreso. Es posiblemente una ilusión. El alivio implicaría un salto inflacionario porque se debería sacar el pie sobre el dólar que registra un importante atraso cambiario. Pero el país no puede darse esos lujos porque arrastra ya un déficit fiscal de 4,5% contra el PBI.

En ese punto, el presidente electo esta plantado en la misma dificultad que le tocó gobernar al saliente Luis Lacalle Pou. Buscar un equilibrio en una economía que a diferencia de lo que se cree es muy cerrada y contradictoria. En principio Orsi designó para ocupar el ministerio de Economía, a un liberal bendecido y criado por el establishment, Gabriel Oddone, pero no ortodoxo, como el aclara. Lo mismo, convengamos, que se sostenía desde el campamento adversario.

El futuro funcionario afirma que está convencido de que el mercado es el mejor asignador de recursos, pero al estilo del capitalismo europeo, considera que el Estado no debe retirarse de su función de control. Nada que sorprenda en Uruguay. Lo aclaró al enviado de Clarín el notable ex presidente Julio María Sanguinetti, un ícono de la derecha liberal de aquel país: “El Estado uruguayo es un Estado social democrático, que lo puede administrar alguien más liberal o alguien más socialdemócrata, pero el Estado en sí es un estado social democrático”. Continuidades.

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