El viento soplaba con furia sobre el árido paisaje de Gaza cuando el comandante de Hamás, Ahmed Methani, emergió de su refugio subterráneo. Creía estar a salvo. Creía que la distancia era su mejor aliada. Pero a 4.000 metros de distancia, un francotirador de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ya había ajustado su mira.
El proyectil viajó durante varios segundos, desafiando las leyes de la física y las probabilidades. Cuando Methani inclinó la cabeza para dar una orden a su escolta, el impacto fue inmediato. Un solo disparo, quirúrgico, letal. No hubo gritos, no hubo alerta. Solo el eco de la precisión.
Con la confirmación en sus auriculares, el tirador desmontó su posición. No dejó huella, solo la certeza de que ningún refugio es suficiente cuando la guerra se libra con tecnología, paciencia y un ojo implacable.