en Puerto Madero flota una joyita única en el mundo: un casino que no necesita licencia, ¡porque la justicia le da más prórrogas que un estudiante crónico en época de finales! Este barco, bautizado con ironía suprema como “Estrella de la Fortuna”, lleva décadas anclado, como si fuera el Titanic de los vivos: no se hunde, no navega, pero sí reparte fortuna… aunque siempre para los mismos.
La historia comienza allá por 1999, cuando Menem, en un arrebato de ingenio más grande que su peinado, decidió que un casino sobre un río técnicamente ya no pertenecía a la Ciudad. «¡Esto es jurisdicción nacional!», dijo. Claro, porque un barco que no se mueve tiene más de marinero que el Capitán Jack Sparrow.
En 2006, Néstor Kirchner agarró el disparate y le agregó su toque maestro: “¿Por qué quedarnos con un barco si podemos ponerle tragamonedas hasta al estacionamiento de Palermo?”. Así nació el hipódromo más federal del país, con un semáforo VIP que no lleva a ninguna calle pero sí a un mundo mágico de tragamonedas y apuestas. ¡Disney World para los jugadores, pero sin orejas de Mickey!
Por si esto fuera poco, los personajes detrás del casino parecen sacados de una sitcom. El español Manuel Lao, que venía tranquilo manejando sus barcos llenos de fichas, terminó «expropiado» de la mitad del negocio por Kirchner, con una técnica diplomática muy efectiva: «Dejame la mitad o te embargamos hasta los jamones.» Y no, no es metáfora. En 2006, la SIDE literalmente le confiscó doce jamones de jabugo y 500.000 euros escondidos entre ellos.
¿Quién necesita espías internacionales cuando tus servicios secretos están desarmando jamones en Ezeiza? James Bond, aprende. Eso sí, Lao no se quedó: se fue a España, izó la bandera blanca y volvió para repartir el negocio con Cristóbal López, un hombre que conoce el arte de la evasión fiscal como pocos.
CAUTELARES S.A.
El casino sigue funcionando, sin licencia, gracias a un deporte nacional que no es el fútbol: el uso creativo de las cautelares. Cada vez que alguien pregunta por qué no cierran el casino, un juez aparece con un fallo que básicamente dice: “Hoy no, gracias. Vuelva mañana”. Y así vamos, postergando el problema más que una mesa de diálogo docente.
El colmo del descaro es que ahora los dueños piden «compensaciones» porque pagar impuestos les duele más que perder en el blackjack. ¡Pobrecitos! Después de embolsar montañas de plata negra, resulta que ahora son víctimas. Ni Walt Disney podría haber escrito un cuento más ridículo.
¿Y EL ESTADO?
El gobierno, mientras tanto, está en el medio de un dilema ético y financiero: por un lado, no pueden renovarles la licencia ni dársela a otra empresa, porque sería inconstitucional. Por otro lado, tampoco quieren estatizar el negocio porque el ruido político sería más fuerte que un jackpot. La solución: mirar para otro lado y seguir contando los billetitos del canon.
FINAL FELIZ… PARA ELLOS
¿Y nosotros? Bueno, nosotros seguimos observando cómo el casino flota sobre un océano de impunidad, con jueces que “hacen justicia” a ritmo de tragamonedas. En este barco, el único naufragio es el de la ética. Así que hagan juego, señores… pero recuerden: como siempre, la banca (y los amigos de la banca) ganan.