Todo puede cambiar en unos meses en las relaciones bilaterales. Los rivales se reconcilian y se funden en un abrazo. Los amigos se separan y se dejan de hablar. Esto último sucede con Venezuela y Trinidad y Tobago, dos naciones que pasaron de darse la mano con cordialidad a darse la espalda con ácidos reproches.
La cuerda se tensó desde que Trinidad y Tobago, un archipiélago de habla inglesa pegado a la costa venezolana, a solo 11 kilómetros de distancia, quedó envuelto en el conflicto de Estados Unidos y Venezuela por el despliegue militar de Donald Trump.
La primera ministra trinitense, Kamla Persad-Bissessar, celebró las maniobras navales norteamericanas y se ganó el antagonismo del presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien como su predecesor, Hugo Chávez, nunca necesitó muchas excusas para encontrar enemigos.
Así esta excolonia inglesa de múltiples influencias culturales, hermosas playas, buena música y cuna del novelista V.S. Naipaul, Premio Nobel de Literatura, la tierra donde llegó Cristóbal Colón en su tercer viaje, quedó enquistada en un conflicto más amplio.
La tensión tuvo su preestreno meses antes del despliegue de los buques norteamericanos. A principios de junio pasado, Venezuela anunció el arresto de un ciudadano trinitense, al que vinculó con una presunta banda de “terroristas” que querían ingresar al país. La primera ministra Persad-Bissessar respondió que evaluaría el uso de la “fuerza letal” contra cualquier embarcación no identificada que ingresara a sus aguas desde Venezuela.
La suerte estaba echada. Difícil volver atrás después de ese intercambio de cortesías. Persad-Bissessar, llegada al poder solo un mes antes, definió además sus amistades: “Ninguna retórica del gobierno de Maduro puede crear división entre este gobierno y el de Estados Unidos. Apoyamos firmemente al gobierno de Estados Unidos en asuntos relacionados con Venezuela”.
Luego llegaron los buques de la U.S. Navy, sus aviones, y están a la espera del portaaviones Gerald R. Ford, el buque de guerra más grande del mundo, para colaborar en el patrullaje caribeño buscando, localizando y neutralizando embarcaciones sospechosas de llevar droga.
El gobierno trinitense apoyó la campaña alegando que su país está en la ruta de los narcos, y que parte de los cargamentos sudamericanos pasan por sus puertos, alimentando a la vez a las bandas locales y generando más y más violencia tierra adentro, sobre todo en la capital, Puerto España.
“Prefiero ver a los traficantes de drogas y de armas volando en pedazos que ver a cientos de nuestros ciudadanos asesinados cada año a causa de la violencia de las bandas alimentada por la droga”, dijo la primera ministra.
A mediados de 2024 el gobierno de Estados Unidos había advertido a sus ciudadanos que “reconsideren viajar a Trinidad y Tobago debido a la delincuencia. Tengan más precaución debido al terrorismo y los secuestros. Algunas zonas presentan mayor riesgo”. Y dijo que una parte importante de los delitos violentos en ese país estaba relacionada con las bandas de narcos.
Desde la destrucción de la primera narcolancha, se encontraron en la costa trinitense cuerpos que podrían pertenecer a las tripulaciones bombardeadas, según contó The New York Times en un reportaje desde las islas. “Algunos en Trinidad se preguntan si la vacilación de Persad-Bissessar a la hora de enfrentarse al gobierno de Trump les impide obtener respuestas sobre los cadáveres que almacena el gobierno”, señaló, ventilando las críticas locales al alineamiento irrestricto. El gobierno trinitense es también el más entusiasta del Caribe con las maniobras navales norteamericanas, que no le hacen tanta gracias a los demás.
Persad-Bissessar dijo en esta vorágine que “siempre hemos mantenido la solidaridad con el pueblo de Venezuela”, y que lo suyo no tenía nada que ver con alentar un cambio de régimen en Caracas, la razón que muchos suponen está detrás de la presión norteamericana. “Nuestra preocupación siempre ha sido lidiar con los delincuentes, los narcotraficantes, los traficantes de personas, los traficantes de armas, esa es mi preocupación y eso es lo que queremos”, añadió.
La tensión fue creciendo entre los dos vecinos. Persad-Bissessar también viene alzando la voz contra los inmigrantes venezolanos, cerca de 60.000, parte de los millones de sufridos compatriotas que salieron durante la era Maduro.
La gota que rebalsó el vaso fue la llegada a Trinidad y Tobago del USS Gravely, un buque de la Armada de Estados Unidos que atracó el domingo pasado en Puerto España para realizar ejercicios militares con la Marina local, que terminaron este jueves.
Maduro suspendió al día siguiente un acuerdo gasífero suscrito con Trinidad y Tobago en 2015, que tenía una duración inicial de diez años y se renovó automáticamente este mismo año. El líder chavista recurrió a su vocabulario grandilocuente de costumbre, señalando que la primera ministra era una “alcahueta” de Estados Unidos, “con debilidades físicas, mentales y morales”.
“He aprobado la medida cautelar de suspensión inmediata de todos los efectos del acuerdo energético y de todo lo convenido en esa materia. Es una medida cautelar a la cual tengo potestad como presidente y he aprobado y he firmado. ¡Suspendido todo!“, dijo Maduro en televisión.
“Nuestro futuro no depende de Venezuela y nunca lo ha hecho”, respondió Persad-Bissessar. “Tenemos planes y proyectos para impulsar nuestra economía, tanto en el sector energético como en el no energético”. Estados Unidos es el mayor socio económico y de seguridad del país.
Si bien esta vez las responsabilidades parecen repartidas, Maduro está involucrado en otro conflicto con un país vecino, Guyana. Maduro reclama, alegando viejos tratados, que le entreguen nada menos que un tercio de la superficie total del país, la rica y agreste región del Esequibo, de 160.000 km2. Entre proclamas y amenazas, hizo cambiar los mapas de Venezuela para agregarle el Esequibo, una ficción cartográfica con mucha imaginación y sin correlato en la vida real.
El USS Gravely que atracó en Puerto España sí es bien real, y si el objetivo era poner más presión todavía sobre Caracas, por ahora cumplió su objetivo. El suspendido acuerdo de gas, que representaba enormes ventajas para los socios, y que tenía que ver con la explotación conjunta de una jugosa reserva gasífera en la frontera marítima común, se convirtió en víctima inocente, quizás lo único inocente de toda esta historia, del desencuentro de dos gobiernos.
 
															 
															 
															 
					 
							 
															
 
			
 
		 
		 
		