Pese a los numerosos cambios introducidos por Francisco en el funcionamiento de la Curia Romana durante su pontificado, Jorge Mario Bergoglio no realizó ninguna modificación en cuanto a los procedimientos del cónclave que elegirá su sucesor. Por este motivo, la asamblea de cardenales que elegirá al nuevo Papa se regirá por las mismas regulaciones que en marzo de 2013, cuando el argentino fue designado para ocupar el trono de San Pedro, con normas que no han variado significativamente en los últimos 800 años.
Se prevén nueve días de exequias y un plazo de entre 15 y 20 días para organizar un cónclave con cerca de 130 cardenales electores, para elegir a un sucesor. Más de dos tercios de ellos fueron nombrados por Francisco.
Teóricamente, la única condición para ser nombrado Papa es ser varón, bautizado en la Iglesia Católica, y no hay ningún límite respecto de la edad. Ni siquiera es requerimiento que sea cardenal o sacerdote. Pero la última vez que se eligió alguien por fuera del colegio cardenalicio fue en 1378 cuando desde el cónclave en Roma convocaron al arzobispo de Bari, Bartolomeo Prignano, que antes había sido monje, y que finalmente fue el papa Urbano VI.
San Pedro, el primer jefe de la Iglesia, fue de hecho un hombre casado (o quizás viudo), según se concluye a partir de un episodio narrado en los Evangelios en el que Jesucristo cura a la suegra del líder de los apóstoles. En dos mil años de historia eclesiástica, ningún otro pontífice volvió a tomar el nombre de Pedro.
Aunque los procedimientos para la celebración del cónclave fueron cambiando a lo largo de los siglos, desde 2005 están regulados por la constitución apostólica “Universi Dominici Gregis” (De todo el rebaño del Señor) que tiene como subtítulo De la vacante de la Sede Apostólica y de la elección del Romano Pontífice.
Desde el 31 de diciembre pasado la Iglesia tiene 252 cardenales, de los cuales 139 son menores de 80 años y son los que puede votar en el cónclave.
El Colegio Cardenalicio es convocado para el cónclave por el camarlengo, y deben reunirse a más tardar 15 días después de producida la vacante, aunque la fecha se puede prorrogar hasta cinco días más.
La convocatoria es en la Capilla Sixtina, de la Ciudad del Vaticano, que desde 1878 es la sede permanente donde se reúne a puertas cerradas el “cónclave” (qué significa “con llave”).
En la actualidad la sala cuenta con medidas de seguridad para garantizar que no se pueda llevar a cabo vigilancia electrónica durante las elecciones, incluidos inhibidores para radios y teléfonos celulares. Además, durante el cónclave, los cardenales no tienen acceso a periódicos, radio, televisión ni ningún mensaje exterior a la asamblea. Hay pena de excomunión automática (latae sententiae) para cualquiera que viole esta norma de confidencialidad.
Reunidos los cardenales de todo el mundo, para comenzar el proceso, se celebra una misa matutina especial, Pro Eligendo Pontifice (por la elección de un Papa). Luego, al grito de “Extra omnes!” (todos fuera), los cardenales, que juraron guardar secreto de todo lo que ocurra durante la asamblea, son encerrados dentro de la Capilla hasta que decidan el nombre del sucesor.
En la actualidad, durante el cónclave, los cardenales se hospedan luego en la Casa Santa Marta, una residencia tipo hotel construida en 1996 en el Vaticano con 131 habitaciones, un comedor y salas de estar.
El edificio de cinco pisos normalmente alberga huéspedes clérigos y laicos, y Francisco lo usó como residencia papal. La mayoría de las habitaciones tienen una sala de estar y un dormitorio separado con baño privado.
Antes de que se construyera Santa Marta, los cardenales dormían en catres en pequeñas habitaciones junto a la Capilla Sixtina.
Una vez que se cierran las puertas de la capilla, los cardenales se ubican a ambos lados de la sala, y eligen al azar los nombres de nueve cardenales que van a oficiar la votación. Tres se convierten en fiscales, cuyo trabajo es supervisar todo el proceso, tres son los encargados de recoger los sufragios y otros tres los revisan.
La sesión comienza con una serie de discursos, oraciones, reflexiones e intensos forcejeos políticos. El cónclave en sí es inevitablemente un hervidero de las diferentes facciones que en sus discursos enfatizan cuáles son los requerimientos y la proyección que necesita la Iglesia y los 1390 millones de bautizados católicos que hay en el mundo.
Finalizada la sesión de discursos, se realiza la primera votación.
En principio, se realizan dos sesiones de votación al día, con dos rondas por sesión, o sea cuatro votaciones por día.
Cada cardenal escribe en la papeleta el nombre de su elección, de ser posible con letra distorsionada para ocultar su identidad. Luego camina hacia el altar mayor. Allí, bajo la pintura del Juicio Final de Miguel Ángel, dice en voz alta: “Pongo por testigo a Cristo el Señor, que será mi juez, para que mi voto sea dado a aquel que ante Dios creo que debe ser elegido”. A continuación, el cardenal coloca la papeleta en el receptáculo correspondiente, se inclina ante el altar y vuelve a su lugar.
El Papa es elegido cuando un único candidato obtiene una mayoría de dos tercios. Para evitar los cónclaves interminables como ocurrió en el pasado -en el siglo XIII un cónclave duró tres años-, a partir de la 34ª votación, las normas establecen que las siguientes votaciones solo se elige entre los dos candidatos que obtuvieron más apoyos en la ronda anterior.
Como no debe quedar ningún documento de los sufragios, luego de cada ronda de votación se queman las papeletas y se realiza la tradición de las “fumatas”. El objetivo es mantener al tanto a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, que miran las chimeneas de la Capilla Sixtina para seguir la marcha de la elección.
Tradicionalmente, cuando los cardenales no llegaban a un acuerdo y debían seguir reunidos, las papeletas se quemaban con paja húmeda, lo que hacía que el humo fuera más oscuro.
Para evitar confusiones, hoy día se recurre a productos químicos que permiten diferenciar más rápidamente la fumata negra de la blanca.
Cuando un candidato finalmente obtiene dos tercios de los votos, el cardenal decano, o camarlengo, llama al elegido al frente de la capilla y le pregunta si está dispuesto a aceptar. Si la respuesta es afirmativa, se pide al nuevo Papa que elija el nombre con el que desea ser llamado.
Tras la elección del pontífice se queman las papeletas, de rápida combustión, y sin paja, por lo que el humo es blanco.
Como la presentación del nuevo pontífice al pueblo es casi inmediata, en las semanas previas al cónclave, los sastres vaticanos preparan tres túnicas de tamaño pequeño, mediano y grande.
El nuevo papa es conducido entonces a la llamada “Sala de las Lágrimas”, adyacente a la Capilla Sixtina, donde se pone su nueva túnica blanca y sus zapatillas rojas.
Finalmente, el nuevo Papa es presentado por el cardenal decano a la multitud desde el balcón principal frente a la Plaza de San Pedro con las famosas palabras: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam! (Les anuncio una gran alegría: ¡Tenemos papa!)”. Luego revela en idioma latín quién es el elegido y el nuevo nombre por el que desea ser reconocido durante su pontificado.