Florencia Peñaloza, esa especie de «superhéroe» de la Defensoría del Pueblo (porque, claro, defender lo indefendible es toda una hazaña), decide hacerle un «peace out» a la banca en Diputados. Y claro, ¿quién no querría una silla en el Congreso, rodeado de debates sobre todo menos sobre lo que realmente importa? Pero no, ella dijo «¡no, gracias!», como si estuviera renunciando a un cupón de descuento en una tienda de zapatos.
Entonces, ahí tenemos a Juan Carlos Quiroga Moyano, el gran «líder» del PJ, que no sabe si llorar o reír. Se le desmorona el imperio y lo único que le queda es decir: «Bueno, seguimos fuertes. ¡Pelearemos como podamos!» Claro, en la versión de Quiroga Moyano, si tienen cuatro bancas, perfecto, todo sigue igual. A lo sumo una reestructuración de personal. Pero ¿realmente? El PJ está tan fuerte como una torre de naipes en pleno viento. Un soplido y se va todo al carajo.
Y aquí viene lo bueno: el bloquismo, ese grupo de chicos que siempre estuvo en la esquina de la política, con su propio club exclusivo de «no nos importa nada», ahora ocupa la banca vacía. Y lo mejor de todo: no es que están dando un golpe de estado, es que el Orreguismo, esa vieja gloria del pasado que se niega a morir, está colando invitaciones al «reality show» de la política local. Como quien dice: «si no puedes con ellos, únete… y tómales las bancas».
En resumen, la política en San Juan se volvió un juego de «quién tiene el balón», pero nadie sabe bien por qué se lo pasan, ni quién está anotando los goles. Y mientras todos intentan encontrar el sentido de lo que está pasando, el circo sigue, con más payasos que nunca.