ROMA.- La Basílica de Santa María la Mayor, el lugar elegido por el papa Francisco para su sepultura, es uno de los templos más emblemáticos de Roma, cargado de historia, espiritualidad y arte. Construida en el siglo V en el monte Esquilino, esta imponente iglesia ha sido escenario de apariciones legendarias, albergue de reliquias sagradas y, desde este año, será también el lugar de descanso eterno del primer papa latinoamericano.
Francisco, fallecido el lunes a los 88 años, había expresado a finales de 2023 su voluntad de ser enterrado en esta basílica mariana y no en la cripta de la Basílica de San Pedro, donde yacen la mayoría de los pontífices desde hace más de tres siglos. Su decisión, profundamente simbólica, está ligada a su intensa devoción por la Virgen María, en particular por el icono bizantino Salus Populi Romani (Salvación del pueblo romano), que se conserva en este templo.
“Justo después de la escultura de la Reina de la Paz (la Virgen) hay un pequeño recinto, una puerta que da a un cuarto que usaban para guardar los candelabros. Lo vi y pensé: ‘Ese es el lugar’. Y ya está preparado ahí el lugar de la sepultura. Me han confirmado que ya está listo”, reveló el pontífice argentino al vaticanista Javier Martínez-Brocal en su libro El Sucesor. En una entrevista posterior con el medio mexicano N+, reafirmó: “Es mi gran devoción. El lugar ya está preparado”.
Francisco tenía una relación cercana y constante con Santa María la Mayor. Antes de cada viaje internacional y al regresar de ellos, solía acudir a rezar ante el Salus Populi Romani, una pintura que representa a la Virgen María con una túnica azul, sosteniendo al niño Jesús, quien lleva un libro dorado adornado con piedras preciosas. Esta práctica, más que un gesto protocolario, reflejaba su cercanía espiritual con la figura mariana.
La Basílica de Santa María la Mayor es una de las cuatro basílicas pontificias de Roma, junto con San Pedro, San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros. Su estructura interior, en buena parte conservada desde su fundación hacia el año 432 bajo el papa Sixto III, cuenta con una majestuosa nave central flanqueada por cuarenta columnas jónicas y decorada con excepcionales mosaicos paleocristianos.
Según una antigua tradición, fue la propia Virgen María quien indicó milagrosamente el lugar donde debía erigirse la iglesia, al aparecerse en sueños a un noble patricio romano llamado Giovanni y al papa Liberio (352–366). Para confirmar la visión, una nevada cubrió el monte Esquilino el 5 de agosto, en pleno verano. Aunque de aquella iglesia primitiva no queda rastro, la actual basílica se levanta sobre ese mismo lugar.
En su interior se custodian algunas de las reliquias más veneradas del cristianismo. Entre ellas, destaca un icono atribuido a San Lucas, que representa a la Virgen con el Niño en brazos, y fragmentos de madera que, según recientes estudios científicos, podrían corresponder a la cuna de Jesús. Estas piezas sagradas están conservadas en un relicario de cristal de roca con forma de pesebre.
A lo largo de los siglos, siete papas han sido enterrados en Santa María la Mayor —el último, Clemente IX, en 1669—, además de otras figuras ilustres como el escultor y arquitecto Gian Lorenzo Bernini, autor de la célebre columnata de la Plaza de San Pedro.
Con su elección, Francisco rompe una larga tradición y reafirma su identidad como un pastor humilde y profundamente mariano. En lugar de reposar entre las tumbas de los pontífices bajo la basílica vaticana, ha optado por descansar en un lugar que resume su espiritualidad, su historia personal y su visión del papado: cercana al pueblo, sencilla y devota.
Agencia AFP