Se terminó la espera, señores. El viernes 24 de enero, San Juan se viste de fiesta y polvo, y no precisamente por un recital de rock. La competencia más esperada del calendario nacional, la Vuelta a San Juan, vuelve con su gloriosa edición número 40, con más emociones que un ciclo de «Ciclismo y Cultura» en la tele pública.
En esta edición, no falta de nada: rectas para los que sueñan con velocidad, montañas para los que prefieren sufrir un poco más (y algunos pocos, mucho más), y una contrarreloj por equipos que pondrá a prueba no solo las piernas de los ciclistas, sino también la paciencia de los espectadores. Y para agregarle un toque internacional, ya confirmaron equipos de Brasil, Chile y Uruguay, lo cual nos deja pensando: si los argentinos tienen un amor profundo por la competencia, los hermanos latinoamericanos… ¿habrán llegado con el mismo fervor?
En cuanto al recorrido, es lo que todos esperamos: grandes distancias, un recorrido que va de la plaza al circuito, y de allí al dique… todo dentro de lo posible, claro, con un “tren controlado” que permite que todos lleguen a destino sin perder la compostura, porque en San Juan, aunque haya 138 kilómetros, el “control” es más necesario que nunca. Y si no, miren la famosa etapa reina, esa que corta la respiración (literalmente) con 142 kilómetros de puro sacrificio, donde los ciclistas suben a lo Alto del Colorado, mientras el resto de nosotros, desde la comodidad de un asiento, nos preguntamos cómo alguien puede disfrutar de semejante tortura.
Y no olvidemos el «toque místico»: ¡La Difunta Correa! Un ícono que siempre tiene que aparecer en la última etapa, como si el espíritu protector de la región estuviera asegurando que no hay manera de perder una vez cruzada la meta. En San Juan, hasta las montañas parecen dar fuerzas, y las ciclistas no solo compiten contra sus rivales, sino contra la historia misma.
Este 40º aniversario promete una carrera épica, con mucho fervor, risas, lágrimas (de emoción, claro) y, como siempre, con una mezcla de admiración y fascinación por ese «espíritu ciclista» que se respira a cada pedalazo. A nosotros, los meros espectadores, nos quedará disfrutar desde la vereda, calculando cuánto tiempo más falta para el próximo paso de los valientes.

