LONDRES.- “Era amable, pero con un aire de soberbia. Como si creyera que tener sexo conmigo era su derecho de nacimiento”. Esa frase, escrita por Virginia Giuffre en sus memorias póstumas Nobody’s Girl (La chica de nadie), resuena como un eco de denuncia y tragedia. La mujer que se convirtió en símbolo de la lucha contra el magnate sexual Jeffrey Epstein murió en abril pasado, en Australia, a los 41 años. Se suicidó después de haber pasado dos décadas intentando que el mundo creyera su historia.
Su libro —que saldrá a la venta el 21 de octubre y del que el medio británico The Guardian publicó extractos exclusivos— reúne su testimonio final: el relato descarnado de una adolescente reclutada, abusada y manipulada por una red de poder que alcanzaba a políticos, empresarios, celebridades y miembros de la realeza británica.
Giuffre fue la principal denunciante de Epstein, quien se suicidó en una cárcel de Nueva York en 2019 mientras esperaba juicio por tráfico sexual de menores. También fue quien, en 2021, demandó al príncipe Andrés, duque de York, a quien acusó de haber tenido relaciones sexuales con ella cuando era menor. El hijo de la reina Isabel II evitó el juicio civil en Estados Unidos mediante un acuerdo millonario, pero su reputación quedó golpeada.
El libro comienza con un tono íntimo, casi inocente. Giuffre recuerda su vida antes de conocer a Epstein, marcada por la pobreza y el abuso. “Era una niña sin rumbo, hambrienta de afecto y de un lugar donde sentirme segura”, escribe. Ese vacío fue lo que, según ella, la convirtió en presa fácil para Ghislaine Maxwell, la mujer que la introdujo en el círculo del magnate.
“Todavía recuerdo la primera vez que la vi”, cuenta. “Yo trabajaba en el spa de Mar-a-Lago, el club de Donald Trump. Maxwell se detuvo frente a mí, me sonrió y dijo: ‘Tienes una energía hermosa. Deberías conocer a un amigo mío. Es un hombre muy generoso’”.
Ese “amigo” era Jeffrey Epstein. Y la promesa de un trabajo se transformó en una pesadilla.
En sus memorias, Giuffre describe el encuentro con el príncipe Andrés en marzo de 2001, en la casa londinense de Maxwell. “Ghislaine me despertó temprano. Dijo que iba a ser un día especial. ‘¡Igual que Cenicienta, vas a conocer a un apuesto príncipe!’, me dijo riendo”.
Horas más tarde, el duque de York apareció. “Era educado, aunque algo distante”, recuerda. “Me pidieron que adivinara su edad. Dije que tenía unos 40. Él respondió: ‘Y tú, ¿cuántos años tienes?’ Cuando le dije 17, sonrió: ‘Mis hijas son solo un poco más jóvenes que tú’.” “Vamos a tener que intercambiarla pronto”, replicó la británica, en una broma de mal gusto sobre cómo Giuffre comenzaba a hacerse mayor.
Esa noche, salieron a comer y luego fueron al club nocturno Tramp, en el centro de Londres. “Bailaba con torpeza y sudaba tanto que su camisa estaba empapada”, escribió Giuffre. “Cuando regresamos a casa, Ghislaine me dijo: ‘Ahora harás con él lo que haces con Jeffrey’. Y lo entendí todo.”
El relato del encuentro es directo, sin eufemismos: “Fue amable, pero con ese aire de superioridad. Como si tenerme fuera un privilegio inherente a su sangre”.
Giuffre también recuerda la noche en que se tomó la famosa fotografía que la muestra junto a Andrés y Maxwell. “Mi madre nunca me perdonaría si conociera a alguien tan famoso y no posara para una foto”, escribió. “Corrí a buscar una cámara Kodak FunSaver y se la di a Epstein. Andrew me rodeó la cintura con el brazo, Maxwell sonreía al lado. Y Epstein apretó el disparador.”
Esa imagen se convertiría en una prueba simbólica, repetida hasta el cansancio por los medios, y en el epicentro del escándalo que acabaría con la imagen pública del príncipe.
Giuffre asegura que tras aquella noche Epstein le entregó 15.000 dólares “por el tiempo pasado con Andrew” y la felicitó. En Nobody’s Girl menciona dos encuentros más con él: uno en la mansión del magnate en Nueva York y otro en su isla privada en las Islas Vírgenes estadounidenses.
“No se dejen engañar por los que decían no saber lo que hacía Epstein”, advierte en el libro. “Le gustaba que la gente lo supiera. Le gustaba que lo vieran”.
Más allá de las revelaciones sobre el príncipe, las memorias de Giuffre son un retrato psicológico del sistema de explotación que Epstein y Maxwell construyeron durante años.
“Él sabía cómo encontrar a las chicas que nadie cuidaba”, escribe. “Muchas de nosotras habíamos sido abusadas antes, éramos pobres, huérfanas, invisibles. Epstein fingía que le importábamos. Nos hacía sentir especiales, hasta que ya era demasiado tarde.”
En el libro confiesa que, durante los años en que estuvo bajo su control, dependía de tranquilizantes para soportar el abuso: “A veces tomaba hasta ocho Xanax al día”. También describe la estructura piramidal del reclutamiento: las víctimas eran presionadas para atraer a otras chicas, a cambio de dinero o de favores.
“Era un sistema de esclavitud moderna, pero envuelto en lujo: jets privados, mansiones, vestidos de diseñador. No éramos invitadas; éramos propiedad”.
Giuffre reconstruye en sus memorias el largo proceso de recuperación y la decisión de contar su historia. “Durante años me preguntaron por qué no me fui. Pero, ¿cómo se escapa una niña que no sabe que tiene derecho a decir no?”, escribe.
Tras huir del entorno de Epstein, se mudó a Australia, donde se casó, tuvo tres hijos y se convirtió en una activista contra la explotación sexual. Participó en campañas internacionales, colaboró con otras víctimas y fundó una organización dedicada a la prevención del abuso infantil.
Pero su vida estuvo marcada por el trauma. En abril de 2025, su familia informó que se había suicidado en su casa de Perth. Tenía 41 años.
“Virginia era una guerrera feroz contra el abuso sexual”, escribió su esposo, Robert Giuffre, en un comunicado. “Su lucha cambió el modo en que el mundo mira a las víctimas. Pero el peso de esa lucha fue demasiado grande”.
El impacto del caso Giuffre fue devastador para el príncipe Andrés. En 2019, tras la muerte de Epstein, concedió una entrevista a la BBC en la que intentó defenderse, pero el efecto fue catastrófico. “Puedo decir categóricamente que nunca sucedió. No recuerdo haberla conocido en absoluto”, declaró.
Sus argumentos —incluida una célebre explicación de que no podía haber estado sudando en el club Tramp porque “no transpira debido a una condición médica”— se convirtieron en motivo de burla pública. Desde entonces, el duque fue apartado de sus funciones reales y vive en una semirreclusión en Windsor.
En 2022, llegó a un acuerdo extrajudicial con Giuffre por una cifra que no se hizo pública, aunque medios británicos estiman que superó los 10 millones de dólares. El acuerdo incluyó una declaración en la que Andrés reconocía el sufrimiento de las víctimas de Epstein, sin admitir responsabilidad personal.
Las memorias de Virginia Giuffre son, a la vez, un documento judicial, una carta de denuncia y un testamento íntimo. Su publicación amenaza con reabrir heridas en el Palacio de Buckingham y con volver a poner a la monarquía británica en el centro de una historia que mezcla poder, impunidad y abuso.
Pero también funcionan como una advertencia. “No se trata solo de Epstein, ni de Andrew”, escribe en su último capítulo. “Se trata de todos los que miraron hacia otro lado mientras las niñas eran destruidas. De los que creyeron que el dinero o los títulos los hacían intocables.”
Agencia AFP y diario El País

