Si hay algo que Cristina Fernández de Kirchner ama más que el poder, es la guita. Y no cualquier guita, sino la que no es de ella. Porque su relación con el dinero es como la de un nene con el pote de dulce de leche: si nadie lo vigila, se lo manda todo de un saque y después se hace la desentendida.
A ver, la mujer lleva décadas hablándonos de justicia social, de repartir la riqueza, de que el capitalismo es malo y que los ricos son unos insensibles… pero cuando abrís su billetera, sale más guita que de un cajero recién recargado.
Entonces la pregunta es: ¿Sentirá Cristina Kirchner lo mismo que Rico McPato cuando tocaba un billete en su depósito de dinero?
Bueno, tiene tres cosas:
- Un radar de última generación para detectar fondos públicos y convertirlos en patrimonio personal.
- Un talento innato para transformar cualquier agujero legal en una alcancía propia.
- Un equipo de abogados que, si hubieran trabajado en el caso de Al Capone, el tipo terminaba de presidente en lugar de preso.
El arte de jubilarse como una reina (y sin laburar demasiado)
El argentino promedio, cuando se jubila, se convierte en un estratega profesional del ahorro. Tiene que calcular si este mes compra medicamentos o paga la luz, porque el sueldo no le da para las dos cosas. Pero Cristina no es el argentino promedio. No, señor. Ella cobra como 102 jubilados con la minima y juntos y todavía se queja.
Mientras el abuelo Juan se toma su mate cocido con galletas de oferta, ella cobraba 33 millones de pesos por mes en jubilaciones VIP. ¡Mirá qué lindo! Pero cuando Mauricio Macri le sacó uno de esos beneficios porque era ilegal, no dijo «bueno, me ajusto como el resto de los jubilados». No, papá.
Mandó a toda su tropa legal a reclamar la platita. Y no solo le devolvieron el beneficio, sino que le dijeron:
—»Doña Cristina, ¿no quiere un vueltito también?»
—»¡Pero por supuesto, compañeros! ¡Y con intereses!»
Y así, sin inmutarse, y a prueba de balas, exigió 120 millones de pesos en retroactivos. ¿Y qué pasó después? Como vio que todavía quedaba plata en la caja, pidió más y llega a reclamar 400 millones.
Cristina no es una jubilada. Es un agujero negro económico.
El «desarraigo» otra mentira
Pero esperen, que la creatividad para facturar no termina ahí. ¿Se acuerdan del plus de desarraigo que cobró por vivir en el sur? ¡JAJAJA! ¡Díganme si no es brillante!
La señora vive en Buenos Aires, pasa más tiempo en el Congreso y en Tribunales que en su casa, pero presentó un papelito diciendo que su DNI dice «Santa Cruz», y con eso cobró 6 palos de compensación por «vivir lejos».
A ver, si esto funciona así, yo mañana me pongo en el DNI que vivo en Disney y le pido a Mickey que me pague el viático.
Y lo mejor de todo es que cuando alguien le preguntó sobre esto, en lugar de poner cara de vergüenza, dijo:
—»En mi documento dice Santa Cruz.»
¡Ah, bueno! ¡Caso cerrado, muchachos! ¡Si lo dice el documento, entonces está todo en orden! ¡Al carajo con las pruebas, con la realidad, con los hechos! Ahora resulta que la verdad depende de lo que uno pone en un papel. Si le agrego un sticker de “Soy astronauta” a mi licencia de conducir, ¿me pagan para ir a la Luna?
La metamorfosis fashionista: de tía del conurbano a estrella de Hollywood
Si hay algo que Cristina maneja bien es el relato, pero las fotos no mienten.
Cuando empezó su carrera política en los 90, usaba trajecitos humildes y tenía el look de una tía que te vende perfumes truchos en una reunión familiar. Hoy, en cambio, parece una estrella de Hollywood en la alfombra roja.
¿Qué pasó en el medio?
Simple: el Estado pagó su cambio de look.
Porque mientras predica el odio a los ricos y dice que el dinero es inmoral, ella se pasea con carteras que cuestan más que una casa en Villa Lugano. Zapatos de diseñador, joyas carísimas, casas en el sur, departamentos en Recoleta, hoteles… Pero ojo, ella no es rica, eh. Es solo una humilde luchadora del pueblo con una colección de Louis Vuitton.
Lo más delirante de todo esto es que, según su lógica, el problema no es la plata en sí. El problema es cuando la ganás trabajando.
Si vos abrís un comercio y te va bien, sos un cerdo neoliberal explotador.
Si en cambio te enriquecés usando al Estado y te choreás la obra pública, sos un prócer de la patria grande.
Para ella es verdad el concepto de «Nunca Es Suficiente»
Lo más tremendo de esta historia no es lo que ya robó, sino que sigue exigiendo más.
Es como ese pariente gorrión que siempre aparece en los asados pero nunca trae nada. No importa cuánto le hayas dado antes, siempre quiere más.
Gobernó durante años, hizo negocios, metió a toda su familia y amigos en el Estado, se llenó los bolsillos de manera escandalosa, fue condenada por afanar 1000 millones de dólares en la causa Vialidad, y todavía anda pidiendo más plata.
Es insaciable. Es como un personaje de Gasalla, pero en versión política argentina. No se conforma con el poder ni con la plata, quiere todo.
Y lo más increíble de todo es que hay gente que todavía la ve como «la defensora de los pobres».
Mirá, si Cristina es la defensora de los pobres, yo soy Napoleón.