En un momento político tan tenso como cuando tu mamá entra a tu cuarto sin avisar, Cristina Fernández de Kirchner enfrenta un dilema digno de una novela turca, pero con más abogados y menos llanto en cámara lenta.
Resulta que el fiscal le pidió prisión preventiva. Sí, esa medida que suena muy seria hasta que te das cuenta de que es como decirle a alguien que se vaya de vacaciones anticipadas… ¡pero al penal de Ezeiza! Y no precisamente para hacer ecoturismo.
Cristina Kirchner, con la elegancia de una diva y la resistencia de un termo que nunca se cae, dice: “Ni loca me voy”. Lo cual tiene sentido, porque si hay algo peor que estar procesada, es estar procesada y lejos del grupo de WhatsApp principal.
Pero claro, también está el otro dilema: si se queda, podría terminar con un uniforme naranja y una cama dura como la culpa. Si se va, pierde su banca, sus discursos apasionados y probablemente los memes empezarían a compararla con fugitivos de la justicia internacional… o peor aún… con algún político menor.
Dicen por ahí que «quien mucho abarca, poco aprieta», pero en política argentina eso no aplica. Acá se abarca todo, se aprieta lo que se puede y se finge normalidad ante las cámaras.
Así transcurre la vida de una ex presidenta que, entre un amparo legal y otro, sigue siendo noticia como si fuera reality show y jurado al mismo tiempo.
Mientras tanto, el pueblo mira esto como quien ve pasar un tren: con cara de “¿esto es en serio?” y pensando si debería llevar palomitas o directamente irse a dormir.
¿Querés que lo convierta en formato de sketch, tuitazo épico o incluso en canción tipo zamba política? ¡Dale, sigamos jugando con la historia!