POR SERGIO M. EIBEN
En el gran teatro de la polÃtica argentina, donde la realidad parece escrita por un guionista borracho con aspiraciones de Kafka, se abre el telón para otro capÃtulo del culebrón kirchnerista: Cristina Fernández de Kirchner, ex presidenta, ex vice, ex abogada exitosa (según su biografÃa no revisada), decide que ya es hora de recuperar su jubilación de privilegio. SÃ, ese suculento depósito de $16 millones de pesos mensuales que la ANSES mantiene en pausa como si estuviera decidiendo si entregárselo o usarlo para hacer origami.
Imaginen la escena: Cristina, envuelta en su clásico halo de mártir incomprendida, irrumpe en la Justicia Federal de la Seguridad Social con la determinación de Juana de Arco y el sentido del drama de una diva de telenovela mexicana. «¡Exijo lo que me corresponde!»—declara con esa mezcla de indignación y soberbia que la caracteriza, mientras los expedientes tiemblan a su paso y los empleados públicos evalúan si es más peligroso negárselo o dárselo y quedarse sin presupuesto para pagar las jubilaciones de los jubilados comunes, esos seres irrelevantes que no tuvieron la astucia de gobernar un paÃs y dejarlo en ruinas.
El espectáculo es digno de una tragicomedia griega: la ex presidenta, que tantas veces nos habló de «empoderar al pueblo» y de «la Patria es el otro», ahora reclama con uñas y dientes un retiro VIP que harÃa sonrojar a cualquier jeque árabe. Y es que, al parecer, la doctrina de la igualdad termina donde empieza la cuenta bancaria de los que mandan.
Pero atención, que el sainete no estarÃa completo sin el villano de turno: la ANSES, ese organismo que normalmente libera fondos con la velocidad de un caracol asmático pero que, en esta ocasión, ha encontrado un repentino sentido de la burocracia suiza para analizar cada coma del expediente. ¡Un escándalo! Cristina, que durante años manejó el paÃs con la discrecionalidad de quien reparte el postre en una mesa de cumpleaños, ahora se encuentra con que alguien osa decirle «espere su turno».
Mientras tanto, La Cámpora afila sus pancartas y prepara el comunicado en el que denunciará esta injusticia cósmica, probablemente comparándola con la crucifixión de Cristo o el exilio de Perón. «¡Cristina, la perseguida!», gritarán con lágrimas en los ojos, ignorando que el verdadero escándalo es que, en un paÃs donde millones de jubilados sobreviven con lo justo, una de las figuras más poderosas de la historia reciente esté lloriqueando por su pensión dorada.
Asà avanza el capÃtulo de hoy en el gran reality show de la polÃtica argentina, donde los privilegios se disfrazan de derechos y la justicia se convierte en un espectáculo tragicómico. Lo único seguro es que, gane o pierda, Cristina nunca dejará de ser la protagonista absoluta de esta novela bizarra, donde los ciudadanos de a pie miramos atónitos mientras el telón cae y la función, como siempre, la terminamos pagando nosotros.