
Los tres son barrabravas pagos que llegaron a San Juan como si fueran sicarios, contratados para una brutal emboscada contra Juan Manuel Salvalaggio, empresario del rubro nocturno.
Ataque planificado, no casual: investigan chats donde se ofrecían “500 lucas” para la golpiza y se mandaba la orden: “cuando lo inflen me mandás la foto y después borrala”. Esa frialdad revela que no fue una pelea callejera, sino un ataque mafioso con clara intención de causar daño.
Delincuentes con historial: uno de los agresores está involucrado en antecedentes por homicidio y tenencias de armas. Es evidente que no se trata de “protectores de cancha”, sino de sujetos armados y peligrosos que operaban con total impunidad.
Autores intelectuales encubiertos: por detrás de todo esto operaron dos hombres del mundo artístico local: el productor Mariano Tomsig y Martín Quiroga Massa. Se sospecha que este dúo —uno como autor intelectual, el otro como intermediario— urdió la agresión como represalia por una estafa: Tomsig le prometió a Salvalaggio un negocio que nunca se concretó, lo despidieron, y en lugar de afrontar las consecuencias, se valieron de matones para castigarlo.
Bronca encubierta de venganza: el ataque fue la consecuencia lógica de un plan vengativo y económico. No hubo “defensa propia”: hubo sicarios entrenados, orden explícita y dinero de por medio para infligir daño.
Este recalentado ataque deja claro:
- Los acusados son barras violentos, comprados como materia prima criminal para cometer una golpiza brutal.
- Sus móviles fueron económicos y vengativos, no fortuitos ni defensivos.
- Actuaron con total alevosía: lo planificaron, lo ejecutaron y lo justificaron con cinismo.
- No basta con acusarlos: merecen cumplir la máxima condena, sin excusas ni atenuantes.