En Bermejo, la gente no pide milagros, solo agua. Pero parece que, para las autoridades, eso es pedir demasiado. Tanto que los vecinos tienen que ponerse en la incómoda posición de ser “los malos de la película” y cortar rutas para conseguir lo que debería ser un derecho garantizado. Porque en este rincón olvidado, si no incomodás, no existís.
¿Dónde están los responsables? Bien escondidos detrás de sus escritorios con aire acondicionado, ensayando excusas que suenan más gastadas que un camino de ripio. «Es culpa de la sequía», «estamos haciendo gestiones», «la semana que viene se soluciona». Palabras vacías, como los tanques de agua en las casas de Bermejo.
¿Y mientras tanto? La gente sigue mendigando. Organizan ollas comunes, almacenan lo poco que llega, y encima deben soportar el desprecio de quienes los ven como “problemas” cuando cortan una ruta. Porque claro, es más fácil criticar al que lucha que exigirle al que debe responder.
Lo peor de todo es que esto no es un accidente, es una política. Una política del abandono, del olvido, del “ya se arreglarán”. Porque los barrios como Bermejo solo entran en la agenda de los funcionarios cuando hay elecciones. Promesas sobran, pero cuando llega el momento de cumplir, lo único que aparece son más excusas.
¿Hasta cuándo tendrán que soportar esta humillación? Porque sí, no tener agua en tu casa, en pleno 2025, es una humillación. Es un recordatorio brutal de que no importás. De que solo sos visible si bloqueás una ruta, si generás caos, si gritás con la fuerza que te queda porque no hay otra forma de que te escuchen.
Y no se trata solo de agua, se trata de dignidad. Porque cortar una ruta no es un acto de rebeldía, es una declaración de desesperación. Es el grito de una comunidad que dice: “Estamos hartos de que nos traten como ciudadanos de segunda”.
Así que, señores gobernantes, mientras miran para otro lado, recuerden que la paciencia tiene un límite. Y en Bermejo, ese límite ya se desbordó, como debería hacerlo el agua que ustedes les niegan.