En la Capital, las ferias persas han sido, durante años, el paraíso del comercio trucho. Esos mercados donde uno puede comprar desde un pantalón hasta un iPhone choreado, todo sin factura y sin la intervención de la ARCA. Pero parece que la fiesta se terminó.
El coordinador de Gabinete de la Municipalidad, César Aguilar, fue clarísimo: «Lo que no quiere la intendente es seguir bancando espacios que, en teoría, son de los comerciantes, pero que en la práctica terminan financiados por los ciudadanos.» Traducción: se acabó el viva la pepa.
En Capital hay dos ferias persas: una en Laprida, casi Avenida Rioja, y otra en Rioja, casi Libertador, dos puntos estratégicos donde el negocio informal florece mejor que el pasto después de la lluvia. Pero detrás de estos espacios no hay emprendedores luchándola, sino regenteadores que manejan el asunto como si fueran jefes de una multinacional pirata.
El problema es simple: no pagan impuestos, no emiten facturas, no cumplen con ninguna regulación y, encima, esperan que el municipio les sostenga el juego. Pero, como dijo Aguilar, «el municipio no puede seguir pagando algo que no está en regla». Es decir, si quieren seguir vendiendo, que paguen su alquiler y regularicen su situación.
Así que, comerciantes de las ferias persas, vayan buscando una calculadora y anotando en una libreta: habilitación, impuestos, alquiler. Porque la época del «hacé la tuya y que pague otro» parece estar llegando a su fin.