La histórica casa de ladrillos en Queens, donde el presidente electo, Donald Trump, pasó sus primeros años, cayó en desgracia, abandonada a su suerte por un inversor ausente y tomada por una colonia de gatos salvajes que, según los residentes, no paran de multiplicarse. Lo que alguna vez fue un hogar modesto en Jamaica Estates ahora es una fuente de frustración y preocupación en el vecindario, que vio cómo el lugar se transforma en un verdadero “criadero” de felinos, con hasta 30 gatos deambulando entre el desorden.
Vecinos como Deborah Ayala-Braun expresan su enojo e impotencia ante lo que consideran una “monstruosidad” que afecta tanto la estética del área como su tranquilidad. En declaraciones a Curbed, Ayala-Braun dejó en claro su deseo de que la casa recobre su dignidad y sea habitada de nuevo. Para muchos en el barrio, el sitio, cubierto de avisos de desalojo y problemas de servicios, se convirtió en un símbolo de abandono y descuido, una ironía trágica para una propiedad con un pasado presidencial.
“Hace ocho años, durante las elecciones en las que Trump ganó, la gente inundaba la cuadra y causaba mucho tráfico para tomarse una foto con la casa”, dijo un residente al New York Post, que se negó a dar su nombre.
La antigua casa de la infancia de Donald Trump, ubicada en 85-15 Wareham Place, en Jamaica Estates, Queens, está en un estado que dista mucho de ser ideal. Los vecinos están molestos por el deterioro y desorden que caracterizaron la propiedad en los últimos meses, desde hojas y suciedad en el interior hasta olores desagradables de orina de gato. La propiedad incluso fue objeto de advertencias para evitar la recolección de los gatos que vagan por el lugar, atendidos actualmente por voluntarios.
Además de ser un imán para curiosos y turistas que quieren conocer la vivienda donde vivió Trump, el estado de la casa generó problemas adicionales en la comunidad. Una tubería rota llegó a inundar la casa vecina de Ayala-Braun y provocó fallas eléctricas en el vecindario, intensificando el malestar de los residentes. Ante la situación, los vecinos están considerando unir recursos para adquirir la casa, con la esperanza de encontrar un propietario que la restaure a un estado adecuado y, finalmente, aliviar la tensión en la comunidad.
La casa fue adquirida por primera vez por un inversor inmobiliario por US$1,4 millones en 2016 antes de convertirse brevemente en un alquiler de Airbnb. El actual propietario de la casa pagó US$2,5 millones, está al día con los impuestos y pagó una multa de US$2200 al Departamento de Edificios, por lo que la casa no puede ser embargada.