Un par de horas antes de que Javier Milei saltara al escenario del Madrid Economic Forum con la efusividad de un adolescente con púa nueva y una remera de La Renga recién planchada, su telonero de lujo, Agustín Laje, ya había calentado la pista con arengas libertarias y perfume a nafta ideológica.
Sí, Laje, el ideólogo oficial del pogo libertario, habló primero. Es como el que va antes de los Rolling Stones, pero convencido de que él es Beethoven. En abril, se sumó al consejo asesor de la Fundación Disenso, el think tank de Santiago Abascal, ese señor español que está tan a la derecha que para ir al baño dobla cinco veces a la derecha y después le pregunta al Rey si puede entrar.
La ponencia de Laje se tituló como el tráiler de una película de Netflix para libertarios con barba hipster: “El cambio político que está viviendo Argentina y el surgimiento de una nueva derecha”. Faltó el subtítulo: “Con olor a naftalina, pero con filtro de Instagram”.
Según Laje, el terremoto Milei destrozó a la oposición. “El PRO está más descompuesto que el fiambre en una heladera cortada”, dijo, sin anestesia. Lo redujo a “partido vecinal”, pero ni eso, porque en los barrios al menos te arreglan la plaza.
Del kirchnerismo dijo que quedó reducido a “una fuerza provincial en Buenos Aires”. O sea, como un delivery de poder: solo en zona limitada.
Y por supuesto, el momento karaoke llegó. Milei irrumpió al ritmo de “Yo soy el Rey” y uno no sabía si estaba en un foro económico o en un tributo a Carlos “Indio” Solari con recortes presupuestarios.
Pero antes de que Milei gritara su ya clásico “¡Muerte al socialismo!” —frase que en España sonó más a amenaza de villano de cómic que a argumento económico—, Laje ya había tirado su frasecita: “La izquierda no es adversaria. Es enemiga.” Y lo dijo como quien anuncia que va a bloquear a alguien del grupo de WhatsApp familiar.
Después habló del atentado a su amigo colombiano Miguel Uribe Turbay, a quien presentó como una mezcla entre Churchill y Batman. Laje afirmó, con tono de narrador de Crónica: “Siempre son los candidatos de derecha los que son baleados”. Claro, porque en la imaginación libertaria, la izquierda solo tiene dos funciones: destruir economías y practicar tiro al blanco.
Cuando Milei volvió a escena, tiró su lista de “logros” como si fueran premios de un sorteo de la feria del ajuste:
“Terminamos con la pauta oficial” (pero no con los monólogos),
“Echamos a 50 mil empleados públicos” (el aplauso vino con silbato y gorrita de cumpleaños),
“Eliminamos la obra pública” (y con ella la posibilidad de esquivar baches).
Sobre la libertad de expresión, Milei explicó que lo único que bajó “es la guita a los corruptos”. ¡Qué alivio! Porque durante años los medios vivieron como jeques gracias a la pauta estatal: Ferrari para los noteros y vacaciones en Dubai para los movileros.
Y como cierre, tiró la perlita del día: “Si dicen que maté a Kennedy, les aviso que nací en 1970.” Una defensa tan original como innecesaria, a menos que algún asesor le haya dicho que la izquierda ya le armó una causa por eso.
Por su parte, Laje filosofó: “La libertad de expresión incluye el riesgo de ser ofendido”. Y luego sentenció: “Solo el que dice estupideces no ofende a nadie.” Bueno, eso o el que ya bloqueó a todo el país en Twitter.
Finalmente, con los ojos brillosos, Milei se despidió a puro rock nacional, girando sobre el escenario como si estuviera en Cosquín Rock. Sonaba La Berisso. Y por unos minutos, España también fue “tierra de libertarios y enchufes quemados”.