Son múltiples las imágenes de aquel sábado 30 de abril de 1975 en la arrasada Saigón, hasta entonces la capital de Vietnam del Sur. Principalmente, la del último helicóptero Chinook del ejército de Estados Unidos que se eleva desde la terraza de la embajada, con los afortunados que pudieron subirse y escapar. En tierra, una multitud de survietnamitas quedó abandonada a su suerte (y a la venganza que llegaría desde los triunfantes soldados del Norte y de la guerrilla del Vietcong). El reloj indicaba las 8 de la mañana y algunos murieron en el intento de aferrarse hasta la hélice del helicóptero. Más lejos, otros pudieron huir en las embarcaciones que formaron un paisaje dantesco en el mar de la China, hasta acercarse a la Séptima Flota norteamericana.
Con el tiempo, la ACNUR precisó que unos 800 mil survietnamitas consiguieron huir y muchos terminaron en los campos de refugiados de países vecinos.
El escritor y corresponsal de guerra francés Jean Lartéguy estaba entre quienes describieron la caída de Saigón: “Soldados casi adolescentes, con cascos hechos con fibras vegetales, camisolas de color verde y sandalias fabricadas con caucho de neumáticos, y armados con fusiles chinos de asalto AK47, entraron al Palacio Presidencial, cuyas rejas previamente un tanque había tirado abajo. En el balcón se izó la bandera del Vietcong. Eran las 12.15 del 30 de abril”.
Acerca de la última y demoledora ofensiva de las fuerzas comunistas, el libro de Max Hastings -corresponsal de la BBC- apuntó mucho después:
“Huynh Cong Than, el veterano líder del Vietcong, encabezaba una fuerza numerosa como una división, que entraba en Saigón desde el sur. El dio cuenta de que, aunque en el panorama general el ejército del Sur se estaba hundiendo, sus unidades tuvieron que librar una serie de batallas menores pero feroces, que iban causando bajas sin treguas (…) Su guerra concluyó tras ocupar los cuarteles generales de la policía militar y la Marina, en el centro de la ciudad. ‘Nuestros soldados sonreían muy satisfechos por la victoria’, escribió.
La culminación simbólica del día 30 se produjo cuando uno de los tanques que abrían paso a la 304ª. división reventó las puertas del Palacio de la Independencia, ya abandonada. A las cinco de la tarde del 30 de abril, el pueblo norvietnamita oyó de los altavoces de la calle la conocía melodía “Matad a los fascistas” que precedía las noticias de La Voz de Vietnam. Luego se anunció: “Compatriotas, se os invita a escuchar una proclamación especial de la victoria” y sonó la canción: Ojalá el Tío Ho pudiera estar con nosotros y compartir este día de felicidad”
Estados Unidos, involucrado directamente en la guerra por más de una década, se alejó desde 1973 al firmarse los acuerdos de París entre su secretario de Estado, Henry Kissinger, y Le Duc Tho, uno de los generales norvietnamitas. A partir de allí, Estados Unidos retiró sus tropas, que apoyaban al gobierno de Vietnam del Sur.
El conflicto se arrastraba desde mucho antes. En 1954 las tropas francesas -hasta entonces ocupantes de Vietnam- sufrieron el desastre de la batalla de Dien Bien Phu y tuvieron que marcharse. Pero Vietnam -como uno de los tantos símbolos de la guerra fría- quedó dividido: el Norte, liderado por el ideólogo comunista Ho Chi Minh y el estratega militar Vo Nguyen Giap, bajo la esfera de China y la Unión Soviética, todavía aliados. El Sur, bajo la protección occidental, con Estados Unidos cada vez más involucrado con el envío de tropas.
Ya en 1961 se produjo la primera víctima fatal entre las tropas estadounidenses, un soldado de 28 años llamado John Thomas Davis. Y desde 1964, luego del incidente del golfo de Tomkin, EE.UU. se involucró directamente para sostener el régimen del Sur que afrontaban a la guerrilla comunista -el Frente de Liberación Nacional conocido como Vietcong– con el sostén del norte.

El saldo de la intervención estadounidense sería durísimo: 58 mil muertos y 300 mil heridos, mutilados o afectados psicológicamente de por vida. Sus aviones habían arrojado 4 millones de toneladas de bombas y 75 millones de toneladas de un herbicida, el siniestro agente naranja, lo cual dejó una herencia de por décadas en millones de afectados. Los muertos vietnamitas a lo largo del conflicto fueron incalculables: al menos, tres millones. Estados Unidos invirtió 250 mil millones de dólares de aquella época en la guerra, cifra que no le alcanzó para cumplir ninguno de sus principales objetivos.
El jefe de operaciones estadounidense hasta 1968, el general William Westmoreland, había asegurado que quien tuviera la cantidad más grande de cadáveres perdería la guerra. Pero también falló.
Y fue una guerra cargada de imágenes que perviven hasta nuestros días, desde aquella que reveló Eddie Adams, fotógrafo de AP, sobre el jefe de policía de Saigón, el general Loan, disparándole en la cabeza a un guerrillero Vietcong. O la archifamosa foto de Nick Ut sobre la niña Kim Phuc, huyendo desnuda por la carretera mientras sufrían otro bombardeo con napalm. Y sucesos como la masacre de My Lai, cuando un pelotón estadounidense masacró a decenas de civiles vietnamitas. O la llamada Ofensiva del TET, cuando las tropas del Vietcong pusieron en jaque al ejército del sur.

Con el progresivo alejamiento de las tropas norteamericanas a partir del tratado de París, las fuerzas del norte diseñaron las ofensivas de la conquista total del país y el último tramo fueron aquellas jornadas hace medio siglo.
“Se acerca el final y me cuesta creerlo. Saigón, que tantas veces se ha salvado por milagro; pero esta vez es difícil imaginar cómo podría ocurrir. Las cuatro divisiones encargadas de defender la capital están prácticamente aisladas. Toque de queda a las ocho de la noche. Comemos en el jardín, atrás del hotel. Un cohete luminoso brilla por un instante, suspendido en el extremo de un paracaídas. Desde mi cuarto contemplo la calle vacía. No se ve a nadie, ni siquiera una patrulla. Algunos tiros en la noche, pero lejanos”, describe Larteguy en “Los últimos días de Saigón”.
Nguyen van Thieu, el presidente survietnamita, ordenó el repliegue de su división más aguerrida y numerosa para defender Saigón. Pero las otras ciudades se desplomaron ante el avance del ejército del Norte junto a la guerrilla Vietcong: Xuan Long, Hong Tang, Tang Ban, la base de Bien Hoa. Muchos de los oficiales del norte eran veteranos, fogueados en la resistencia contra Francia. Otro golpe decisivo fue la caída de la base de Da Nang, hasta entonces inexpugnable. Miles de soldados survietnamitas dejaban las armas y escapaban.

El presidente de Estados Unidos, Gerald Ford, emitió una orden secreta a su embajador en Saigón, Graham Martin: la Opción IV, la salida definitiva de los últimos ciudadanos estadounidenses y aliados locales aún en Saigón. Para ser cumplida, la orden tenía una clave: la American Radio Service debía difundir la frase código “la temperatura es de 105 grados Fahrenheit”, acompañada por la voz de Bing Crosby cantando “Queremos una Navidad blanca”. Fue emitida el miércoles 29 de abril a las 22.15.
El periodista Juan Carlos Algañaraz, de Clarín, reportó desde Vietnam:
“El Vietcong comenzó su ofensiva sobre Saigón y ataca directamente junto a los suburbios de la capital. El cerco a esta ciudad de más de tres millones de habitantes quedó completo al cortar el Vietcong hoy en un amplio trecho la carretera 15 que une Saigón con el puerto de Vimg Tau, su última salida al mar, 130 kilómetros al este. La ciudad recibió una nueva andanada de cohetes de 122 milímetros hacia la medianoche. La alarma aérea sonó de inmediato y en nuestro hotel todo el mundo buscó refugio. No hubo sin embargo grandes daños aunque el cañoneo intenso y muy cercano, que comenzó a la madrugada, anunció a Saigón que la ofensiva comenzaba con toda pujanza”.

Agregó: “Cuando los periodistas tratamos de llegar a la base de Bien Hoa, 25 kilómetros al noreste, encontramos el comienzo de la supercarretera Uno bloqueado por el ejército. Quiero dar una idea de lo que esto significa en distancia: ocho minutos en automóvil desde el palacio presidencial. Precedidos por sus guerrilleros que se han infiltrado en todas las zonas inmediatas a los suburbios (rodeados de pequeños bosques y plantaciones de bananos), las fuerzas del Vietcong atacan Bien Hoa, sede del comando de defensa de Saigón y la base de Long Dinh. En un movimiento sorpresivo los guerrilleros ocuparon un puente y parte del primer tramo de la carretera Saigón-Bien Hoa. Allí se ha combatido sin cesar desde esta madrugada. El puente ocupado cortó el tráfico marítimo sobre el río Saigón, por lo tanto el puerto fluvial de esta ciudad quedó hoy paralizado”.
El caos se apoderó de Saigón, cercada. Desde la embajada de Estados Unidos aceleraron el operativo de evacuación de su personal, los últimos marines y algunos colaboradores survietnamitas que pudieron escapar.

Si bien algunas crónicas y hasta los propios libros de historia del régimen norvietnamita se refieren a una rápida y casi incruenta caída de Saigón, Hastings aporta otro matiz: “Los libros de historia de los comunistas solo ofrecen estadísticas fragmentarias sobre la campaña final de la guerra. Indican que hubo más de 12 mil bajas durante los combates de Xuan Loc, Phan Rang y los accesos a Saigón por el oeste, más el asalto definitivo a la capital. Un destacado oficial dijo secamente: ‘La marcha de la victoria no transcurrió sobre una alfombra roja que nos había tendido el enemigo, en contra de lo que mucha gente supone’. Las batallas de 1975 costaron a Vietnam del Norte probablemente unos 10 mil muertos. Ciertamente eran pocos en comparación con la montaña de cadáveres de compatriotas a la que el nuevo líder Le Duan ya había ascendido para obtener la reunificación del país”.

Hasting también cuenta que Kissinger quedó conmocionado por la inmensa tragedia humana que se desarrolló durante los días que precedieron y siguieron al triunfo comunista. Pero cuando el embajador Martin se comunicó por fin con él en Washington, acabados los días más sangrientos, el secretario de Estado le dedicó uno de sus típicos chistes de humor negro: “Bueno, más vale que vaya saliendo de allí, porque según esa teoría de la historia que todo lo achaca a un culpable… ¡necesitamos precisamente alguien a quien culpar!”
La guerra de Vietnam, agregó el reportero británico, “supuso un auténtico trauma para Estados Unidos. Neil Sheehan ha observado que la experiencia histórica anterior había mostrado a los estadounidenses que las guerras exteriores eran positivas. ‘Ganabas, en tu país te recibían favorablemente. Entonces vino Vietnam. Mucha gente murió por nada. Todos los otros monumentos nacionales a las guerras de USA honran victorias. El de Vietnam solo conmemora tristeza y desolación. El ejército y el Cuerpo de Marines tardaron quince años en recuperarse de la decadencia y destacar como fuerza de combate”.

Según el general Walt Boomer “la guerra de Vietnam contribuyó más a transformar este país que ningún otro factor de nuestra historia reciente. Creó una sospecha y una desconfianza que no fuimos capaces de superar”.
Vietnam quedó unificado, pero Ho Chi Minh no alcanzó a verlo, había muerto en 1969. Giap, convertido en una leyenda de la estrategia militar a nivel mundial, recién murió en la década pasada, en 2013 y a los 102 años.