Por Roberto Garcia
Se renuevan los problemas terrenales después de las exequias de Francisco, admitido en el Cielo por un despliegue monumental de las comunicaciones que lo convirtió de un día para el otro en el “bueno” de la historia universal y con más de un millón de amigos, como entonaba Roberto Carlos. En particular en la Argentina, el país del éxito con la muerte, necrofilia más acentuada que en México. Hasta hubo de emocionarse Javier Milei, quien confesó haberse disculpado en un encuentro anterior con Bergoglio por sus imputaciones extravagantes del pasado: es la gracia del catolicismo, con pedir perdón se redime cualquier falta. Ya decía el astuto Santo del futuro sobre los agravios que recibía: tarde o temprano, después van a tener que venir acá, al pie. Y así fue. Ocurrió lo mismo con Cristina, también con Macri.
Esta semana, de regreso, el Presidente afronta nuevas tensiones laborales, justo antes del feriado, día del trabajador. El litigio interno dentro de la CGT ya produjo una víctima, Héctor Daer, histórico conductor de la central obrera que se va, retirada sin fecha aún, que ni siquiera fue al entierro de Francisco, mientras un delegado cartonero de Juan Grabois hizo plañidera presencia. En rigor, ese activista ya había aparecido en la lejana asunción del Sumo Pontífice, se hizo confidente y viajó más de una vez para bautizar a su prole. Las consignas para el reclamo de la CGT son, en la superficie, el salario mínimo, vital y móvil, y, bajo el agua, un castigo que suponen inminente que proviene del Gobierno: la reforma laboral, la quita de aportes a los sindicatos, la poda en las obras sociales, un cúmulo de tentativas inicialadas por Federico Sturzenegger y que ahora discutirá Guillermo Francos con los popes gremiales. No es la primera vez, claro, pero muchos dirigentes estimaban que ese debate se prolongaría hasta después de las elecciones de octubre y, según el conteo de votos, vendría el posicionamiento de las partes. Parece que erraron en el tiempo. Igual que Krystalina Giorgieva, la jefa del politizado FMI, ansiosa por la obtención de resultados favorables en la sucesión de comicios por venir en la Argentina. Tan manifiesta es su inclinación por Milei que se ha colgado un broche con el diseño de una motosierra para lucir en sus blusas y camisas, desatando la ira de Cristina: considera vulgar ese detalle estético. No le falta razón.
Empieza una etapa de discusión secundaria, se supone, porque el jefe de Gabinete –acaba de proclamar el propio Milei– tiene menos poder que Santiago Caputo, el asesor estrella que procede como decisor final, de última instancia. O sea, puede cambiar los convenios de sus subalternos desde un cargo ortopédico. En el inicio, la palabra de Francos se vuelve devaluada, aparte del mal gusto enunciado desde la Casa Rosada. Pero, como dice Milei: si te gusta el durazno, comete la pelusa. Avanti, Francos. Aunque, es cierto, en el jugoso rubro salud a pleitear, Caputo dispone de versación: el ministro Mario Lugones se reporta alineado y le informa, es padre de quien ha sido socio de su hijo –tal vez el tiempo del verbo sea incorrecto–, quien hoy va y viene a Madrid, influye inclusive más que cualquier otro hombre del gabinete. Rara la estructura del poder en el Gobierno. Coincide esta agitada conversación con la revuelta de las prepagas médicas, que se imaginaban receptoras de los negocios perdidos de los sindicatos. Tampoco ocurrió: hoy temen la intervención del ministerio en una de las más importantes organizaciones del país por razones impositivas. En rigor, los presuntos afectados la temen, el resto se congratula. La reina del Plata es la plata.
Un emblema, la reforma laboral para la campaña proselitista en la que, parece, Milei se va a involucrar: no solo en la provincia de Buenos Aires, sino en la Capital Federal. Debe auxiliar a su vocero Manuel Adorni, sin el fuego sagrado por ahora de la épica mileísta. Ni siquiera aluden, en el territorio porteño, que si gana el sui generis radical de los Fernández, Leandro Santoro, con 25% de los votos, el resto del electorado porteño está todo en su contra. Parece que por sus peleas y egos no saben sumar o se contagian de atemorizar con el regreso del pasado. Como el Presidente, también el orgulloso Macri hace esta vez lo que no solía hacer en otras competencias: habla con enviados del interior, se reúne con jóvenes, ordena, opera, despliega una actividad de la que estaba alejado y, lo más importante, le disputa preeminencia a Javier Milei para que este no desfleque al PRO en la Capital Federal. De mesurado amigo pasó a denunciante del Gobierno: sostiene que Milei compra gente de su partido, como el colorado Diego Santilli, quien se pasó con los petates a La Libertad Avanza para discutir primacía con José Luis Espert en la lista de la provincia de Buenos Aires. Joya, nunca usado. Mauricio, ante otra deserción eventual del intendente de Mar del Plata, Guillermo Montenegro, viajó a La Feliz para no hacerlo feliz y recordarle sus obligaciones con el partido. Deudas pendientes, acaso. Dicen que lo logró. Algunos líderes carecen de capacidad para imponer triunfos, pero les sobra crédito para hacer daño.
Internas que se desentienden, a veces, de la conducta económica del país, ahora menos incierta que hace diez días: llegó plata, viene y habla Bessent, promete más plata si hay crisis y en el FMI cantan “la vida por Milei”. Cambió el viento, también la inflación –juran que este mes será menor al 3,7 pasado y que caerá en picada– mientras ofrece menos garantía, ofrece la falta de consumo. Y de actividad, algo desordenada según los sectores. Quien parece haber accedido al bronce es el ministro de Economía, más de uno afirma que luego de cierto período se retirará a su casa como un prócer. Es lo mismo que había imaginado cuando perteneció a la administración de Macri.
Lo que no se modifica en el país es la contumacia anual en la Feria del Libro para reprocharle al Gobierno desprecio por la cultura y, como ejemplo, en la inauguración abuchearon al titular del área para manifestar por el retiro de un busto en el Sur que homenajeaba al historiador y periodista Osvaldo Bayer. Acusaron al intendente oficialista de esa tontería demoledora cuando esa tarea, en todo caso, le correspondía a otro historiador también meritorio, Oscar Troncoso, con carreras semejantes pero inigualables en la competencia intelectual. Bayer, de filiación anarquista, y Troncoso reclutado en el socialismo tenue de los Dardo Cúneo o Sánchez Viamonte, ambos antiperonistas, aunque este último trabajó en el Archivo de la Nación junto a Miguel Unamuno. Menos famoso que Bayer, Troncoso hizo publicar casi 500 títulos en uno de los mejores emprendimientos culturales solventados por el Estado, el Centro Editor de America Latina piloteado por Boris Spivacov, obviamente simplificado como comunista por los militares. Por cuestiones de autoría sobre la investigación de la represión castrense en la Patagonia de 1921-1922 contra trabajadores rurales, ambos escribieron dos libros diferentes, se tiraron los pelos para terminar a los gritos en tribunales, uno aduciendo plagio (Bayer), el otro acusándolo por agravios y mendacidad. Cualquiera podía voltear el busto del otro, inimaginable ejercicio en cambio para quienes ni los conocieron y, menos, leyeron sus libros.