Dicen que los grandes cambios empiezan por los pequeños gestos. En San Juan, al parecer, empiezan por los carros pancheros. Y no hablamos de un puñado de salchichas al vapor: hablamos de una guerra urbana entre el progreso embutido y la paz vecinal.
El Gobierno Capitalino, en un rapto de inspiración gastronómica, decidió que la nueva Meca del choripán será la franja que une el Cementerio con el Parque Belgrano. La línea entre la morcilla y la muerte. Una frontera caliente donde los vecinos ya sienten que el infierno está a punto de abrir su primer puesto.
“Nos van a invadir los pericotes”, grita la kiosquera del barrio, con la lucidez de una Bi-Dente (porque tiene dos dientes) criolla. Ella no vende humo: vende puchos, fiambre y verdades filosas como cuchillo de carnicero. Si ella habla, el barrio escucha, y si protesta, es porque la olla ya hace presión.
La ecuación es simple: donde hay panceta, hay grasa. Donde hay grasa, hay roedores. Y donde hay roedores, no hay paz. Así que mientras las autoridades sueñan con un boulevard gourmet con luces led y olor a chimi, los vecinos temen una versión nocturna de Ratatouille pero sin la parte simpática del chef-ratón.
Los argumentos oficiales todavía no aparecen. Capaz están en una licuadora con mostaza y mayonesa. Lo único claro es que se tomó la decisión sin consultar a nadie. Total, ¿para qué escuchar a los vecinos, si podés empujarles un carro y después ver qué pasa?
Lo único que falta es que a los pericotes les den trabajo en blanco y los pongan a atender mesas.