Argentina, tierra de oportunidades… para el desconcierto. Donde el Derecho es más interpretado que una canción de Fito en fogón universitario. Y esta vez el show judicial tiene como protagonista al inefable Ariel Lijo, juez federal y candidato a la Corte Suprema. ¿Por qué? Porque en este país, si no tenés al menos tres denuncias de corrupción encima, no calificás ni para portero de juzgado.
A Lijo le dijeron «vas a ser supremo», y el tipo ya estaba eligiendo la toga en Falabella. Pero claro, resulta que tenía más sospechas encima que un changuito lleno en Día. ¿Qué hacemos entonces? ¿Puede un juez con fama de coleccionista de causas dormidas convertirse en el paladín de la Constitución? ¡Obvio que sí! Esto es Argentina: si Menem pudo ser reelecto, cualquier cosa es posible.
Milei, por su parte, decidió aplicar la doctrina del hago lo que se me canta. Como el Senado no se apura, él saca un decreto y nombra a García-Mansilla de prepo. ¡Pum! Sin anestesia, sin cena, sin flores. Lo metió a la Corte como si fuera un primo que cayó de visita y se quedó a vivir en el sillón.
La oposición, que tiene la agilidad legislativa de una babosa dopada, ahora se indigna. «¡Milei se cree emperador!», gritan. Claro, porque ellos venían trabajando durísimo en… cajonear pliegos. El nivel de hipocresía es tan alto que ya piden paritaria.
El problema es que ahora tenemos un juez que es juez pero no del todo. Es como tener un asado sin fuego: está la carne, está la parrilla, pero algo no huele bien. García-Mansilla firma fallos, pero nadie sabe si son válidos o si es un cosplayer con sello propio.
La Corte, que primero aplaudió el nombramiento como si fuera el Papa en gira, ahora duda. “¿Lo habremos soñado?”, se preguntan, mientras leen la Constitución con la linterna del celular y la esperanza de que algo diga: «En caso de quilombo, resolver con piedra, papel o tijera».
La paradoja es hermosa: un juez que no puede ser removido porque fue nombrado, pero que no debería haber sido nombrado porque no fue aprobado. Es como jugar al fútbol con VAR pero sin árbitro, y que el juez de línea sea el cuñado del delantero.
Y así estamos. Con la Corte en una encrucijada existencial, el Senado en siesta permanente, Milei en modo Nerón con Twitter, y el país atrapado en una obra de Kafka con guion de Capusotto.
Porque en la Argentina de hoy, la Justicia no es ciega: está tuerta, bizca y con lentes empañados.