Lo que está pasando en Calingasta es un insulto, un robo descarado al pueblo y una burla a la cara de todos. Sebastián Carvajal, el actual intendente, denunció lo que cualquiera con un mínimo de dignidad debería haber hecho antes: el robo a mansalva de recursos municipales. Y lo peor es que, en lugar de recibir justicia, lo que recibió fue un portazo en la cara de la justicia provincial, que decidió mirar para otro lado. No se trata de un error administrativo, se trata de un saqueo, un robo organizado, bien planificado y ejecutado con la total certeza de que nada pasaría.
¿Y qué encontramos en este agujero negro de Calingasta? Un camión con hidroelevador, que fue comprado por el pueblo con plata que salió del bolsillo de cada vecino, pero… ¡Sorpresa! El camión desapareció como si fuera un truco de magia barato. No solo eso: cuando finalmente lo hallaron, estaba sin motor. O sea, ¿nos robaron el camión entero o solo le quitaron lo que más valía para que no sirviera de nada? Esos 200 millones de pesos se esfumaron, y los responsables siguen caminando por el pueblo, como si fueran intocables, con cara de inocentes.
Carvajal ya se hartó. Tuvo que llevar la denuncia a la Justicia Federal, porque en la justicia provincial no hicieron más que mirar hacia otro lado, desestimando una y otra vez lo que es un verdadero escándalo. ¿Qué hace la justicia provincial ante semejante robo? Se hace la desentendida. Es como si en vez de proteger a los ciudadanos, se estuvieran turnando para mirar al lado contrario, mientras los ladrones siguen campando a sus anchas.
Y ni hablar de las deudas que dejaron los anteriores, las irregularidades que siguen saltando como si fueran pruebas de un crimen organizado. Cada día Carvajal se encuentra con más papeles truchos, convenios inventados, y millones de pesos desaparecidos. Lo que está pasando es un acto de traición a la gente de Calingasta. ¿Por qué? Porque los responsables siguen ahí, esperando que todo se olvide, caminando entre el pueblo como si fueran intachables.
«Sabemos quiénes son y no vamos a parar hasta que den explicaciones», dijo Carvajal, pero ¿quién lo escucha? ¿La justicia que se hace la sorda? ¿El pueblo que se queda callado y observa cómo su dinero desaparece? La indignación de la gente se puede cortar con cuchillo, pero claro, ¿quién se atreve a meterle mano a un sistema podrido hasta la médula?
La verdadera pregunta es si la Justicia Federal tendrá el valor de ponerle un freno a esta farsa, o si se sumará a la larga lista de cómplices de un robo que, en cualquier otra parte del mundo, ya habría tenido consecuencias mucho más graves. En Calingasta, el que roba está libre, y el que grita por justicia se convierte en el enemigo.