El Reino Unido se enfrenta a una herida abierta que no deja de supurar: las bandas organizadas que, durante años, han perpetrado la violación sistemática de niñas, muchas de ellas menores vulnerables. Sin embargo, lo ocurrido en el Parlamento británico ha dejado claro que esta tragedia no solo se alimenta de los depredadores que operan en las sombras, sino también de la cobardía de quienes ocupan los escaños del poder.
Dieciséis miembros del Partido Conservador, incluido el ex primer ministro Rishi Sunak, eligieron abstenerse de votar una moción que buscaba investigar estos crímenes. No fue un acto de prudencia, ni una decisión neutral. Fue una traición absoluta. Un abandono deliberado a las víctimas y un mensaje escalofriante para los perpetradores: el sistema está dispuesto a mirar hacia otro lado
¿Cómo se justifica la abstención ante el sufrimiento de cientos, quizás millas, de niñas violadas, humilladas y silenciadas? ¿Qué intereses políticos, económicos o ideológicos pesan más que la justicia para las víctimas? Esta omisión no es un error aislado ni un desliz parlamentario. Es la prueba irrefutable de un sistema político que ha podrido su propia esencia moral.