En la política local circula un rumor: aprobar la Ley de Transporte ahora sería como darle a Fabiola Aubone las llaves de la ciudad… otra vez. Y nadie quiere repetir esa película de terror.
La Ley quedó en pausa, no por trámites, sino porque en los pasillos de la Legislatura se respira miedo. Miedo puro. No a fantasmas, no a terremotos… sino a revivir la Red Tulum, esa epopeya que entró en la historia como “la invasión de los colectivos que nunca llegaron”.
La Red Tulum no fue un fallo técnico. Fue una revolución fallida, un experimento digno de premio Guinness al desastre organizado. Fue como si alguien hubiera decidido cambiar el sistema circulatorio por uno de tubos de cartón: suena innovador… hasta que te das cuenta que no llega la sangre.
Así que ahora la ley duerme en un cajón, como las promesas incumplidas de campaña. Los legisladores, entre mate y mate, se miran nerviosos y se dicen: “Mejor no tocar nada, no vaya a ser que desatemos el segundo capítulo del Apocalipsis Aubone”.
En conclusión: San Juan decidió que, antes que arriesgarse a otro desastre público, prefiere dejar la ley en stand-by… y rezar para que la memoria colectiva no recuerde demasiado la Red Tulum.

