AL MENOS 16 fueron sorprendidos portando armas blancas en el Parque de Mayo.
Mientras la enorme mayoría celebra, algunos eligen transitar el camino fácil de la violencia. Es intolerable que chicos, aún no mayores de edad, anden cargando puntas, listos para usarlas. ¿Qué modelo les llega de casa? ¿Qué ejemplo tomaron? ¿Qué negligencia social y familiar permitió que esto escale hasta que la policía los “sorprenda”?
No fueron sólo estos tres: la policía aprehendió a 49 personas durante el operativo, incluyendo flagrancias por robos de celulares. ¿Cuál es la explicación para que tantos jóvenes vean la violencia y el delito como opciones cotidianas?
Y no basta con atraparlos: hubo un procedimiento casi mecánico — traslado a la escuela, entrega a los padres — pero, ¿qué pasa después? ¿Repara algo? No, probablemente se reinicie la espiral en algún otro parque, otra esquina, otro joven con ganas de “probar poder”.
Esta no es una emergencia aislada: es la consecuencia de años de dejar que menores pierdan el rumbo sin supervisión, sin límites, sin ética. Si el Estado, los padres, las escuelas no toman acciones concretas contra esta cultura de la violencia, estaremos acostumbrándonos a titulares como este. Porque hay algo peor que la noticia: la resignación ante ella.

