Hace años que los Villafañe pagan con su paz y su seguridad, no con un robo o una discusión de patio: con agresiones, amenazas, violencia física brutal. Y lo más indignante es que suceden a dos cuadras de la Comisaría 6ta, donde deberían estar blindados por la ley, pero parece que nada cambia.
Ricardo Víctor Villafañe vive en Villa Krause, en Devoto al 230. Instalaron cámaras, levantaron paredes, cerramientos, hicieron todo lo que podría justificar alguien que no quiere vivir en una zona de tiroteos morales: para evitar robos. Pero sus vecinos son capaces de saltar muros, colarse por cualquier rendija, robarle incluso bajo techo construido con la mejor intención. Él sabe que si electrificara sus cierres, si defendiera su hogar de verdad, terminaría él siendo el victimario: un giro grotesco de justicia, donde quien se defiende termina siendo culpable.
El sábado al mediodía explotó otra vez: una carretela con cosas de construcción, una bronca por el caballo, insultos a su mujer, piedras, golpes. Ricardo terminó con un puntazo en el pecho —eso sí, “sin profundidad” según el médico legista—. Sus hijos, adolescentes, ahora internados con politraumatismos, tomografía computada. Su esposa, con lesiones, cabello arrancado, moraduras. ¿El delito de ellos? Estar tranquilos en su casa, no salir de noche, no provocar.
Acumular denuncias, peregrinar por la comisaría —presenta denuncia tras denuncia—, exigiendo que alguien haga su trabajo: cuidar a quienes trabajan, pagar sus impuestos, esperar algo de paz. ¿Y qué recibe? Nada. Ni un detenido. Ni una intervención contundente. Señalan que la casa de los agresores “funciona como un aguantadero”. Que las amenazas de muerte dejaron de ser promesas vagas: se concretan en puñaladas, en escupitajos, gritos, sangre.
Villafañe dice que no pueden vivir así: no pueden dejar sus casas ni un solo día, no pueden mandar a sus hijos a comprar una “bayaspirina” enfrente de casa sin miedo. Está harto, al borde del grito: “Si tuviera un arma, le escribiría una carta a mis hijos y me desaparezco”. Esa frase es una esquirla de desesperación: hablar de desaparecer es asumir que el Estado lo abandonó.
¿Qué clase de justicia permite esto? ¿Dónde está el Estado que no previene? ¿La policía, qué rol tiene? Porque con denuncias, con pruebas, con hospitales llenos de heridas, y aún así nadie está preso, nadie responde.
Ya no es un drama individual: es un fracaso institucional. Y mientras la violencia monte tranquila, los Villafañe siguen viviendo “entre murallas”, con miedo hasta de salir a lo suyo. No se trata de denunciar, se trata de que las autoridades actúen. Porque ya basta.

