Mientras caía la tarde y el sol se escondía sobre Gonnet, el salón Vonharv se transformó en un gran limbo electoral. Los militantes de La Libertad Avanza brillaron por su ausencia, y los dirigentes llegaban en silencio, atravesando un mar de malas noticias. Boca de urna flojos, caras de póker y discursos de consuelo: todo un festival de resignación, con aroma a café recalentado.
El primero en aparecer, Sebastián Pareja, intentó ponerle garra ante las cámaras, pero no pudo ocultar el bajón de fondo. Anunciaba «preparativos para gobernar en 2027», pero sus colaboradores ya hacían cuentas de la derrota, calculando el margen con resignación de perdedor experimentado.
Después fue llegando el resto: cineasta, asesores, candidatos y funcionarios que caminaban con una mezcla de sueño y desencanto. Santiago Caputo, Santiago Oria, Leila Gianni y otros se movían por el predio como si fueran extras de una película con final previsible. Alguno contaba los concejales obtenidos «de cero» como si fuera consuelo, y la consigna que más se escuchaba era «perdimos por poco».
En la zona VIP se refugiaban ministros y secretarios con cara de que el catering era lo mejor de la jornada. La ‘bandejeada’ de medialunas circulaba más que los discursos triunfalistas. Afuera, dos baños químicos y un par de estufas para los que seguían esperando no se sabe qué milagro.
La llegada de Milei, como aquel líder que asoma al final de un capítulo complicado de telenovela. Por si acaso, mega-operativo, inhibidores de drones, y todo el circo de seguridad nacional: como si en cualquier momento fuera a aterrizar un ovni, más que un presidente con camisa de mangas arremangadas.
En el búnker no aparecían jóvenes libertarios ni banderas, solo políticos mascullando excusas. Algunos de Pro, como Ritondo y Santilli, cruzaron el umbral para intentar apagar un poquito el triunfalismo vecino: «Esto no terminó», repetían, aunque nadie en el salón parecía creerles mucho.
Mensajes cruzados, frases hechas y la promesa de «tomarlo con calma». Nadie respondió por los escándalos, todos miraban para otro lado, y Karina Milei practicó el arte marcial del mutismo relámpago: llegó, votó y desapareció. José Luis Espert, eterno maestro zen del bajón, pidió no perder la compostura.
Al final, más allá del operativo y los discursos de ocasión, lo único que quedó claro fue que las medialunas se terminaron antes que la esperanza.