Esta vez, la estrella del show es una familia con más creatividad que los guionistas de Netflix. Omar Carrizo, su hijo Iván y la entrañable amiga Cecilia Avendaño se convirtieron en protagonistas de un policial trucho que ni “Los Simuladores” se animaron a escribir.
La historia empieza con una retirada millonaria: 27,8 millones de pesos que fueron cobrados en efectivo, porque claramente las transferencias bancarias son para los tibios. Al rato, denuncian un asalto espectacular: motochorros, persecuciones, adrenalina, todo menos cámaras que lo registren. Porque claro, el banco tiene más cámaras que la NASA, pero justo ese día filmaban nubes.
Los fiscales, que vieron más culebrones que casos resueltos, sospecharon lo obvio: si decís que te robaron 10 palos, pero te llevaste 28, algo no cierra. Y no, no cerraba. Porque cuando allanaron las casas de los actores principales encontraron 8 millones en rollos más gordos que el brazo de Hulk. ¿El resto? Silencio. Misterio. Magia. Casi 20 millones que se evaporaron como si los hubiera soplado el Zonda.
Los tres cayeron presos por estafa y falsa denuncia, pero duraron menos adentro que una promesa de campaña: en apenas 10 días recuperaron la libertad. Eso sí, con algunas condiciones. Tienen que presentarse una vez al mes en la comisaría. Una vez. Como si fueran a una cita con el dentista. Y no pueden salir de San Juan, porque los chorros invisibles podrían volver por ellos.
Moraleja: si querés robarte millones, armate una buena historia, ensaya un par de abrazos frente a cámara, esconde algo en tu casa (no todo, por favor, se nota mucho), y listo. El sistema judicial argentino te premia con un toque de atención y una libertad condicional que envidia cualquier plan de fin de semana largo.
Y mientras tanto, los motochorros invisibles siguen libres. Porque si vas a mentir, mentí en grande. Y con estilo.

