El encuentro correspondiente a los cuartos de final del torneo local entre Alianza y Marquesado fue interrumpido a los 34 minutos del primer tiempo por incidentes en las tribunas.
No hay distinción de categorías: desde el profesionalismo, donde se ven jugadores y cuerpos técnicos agrediendo árbitros e hinchas, hasta el fútbol infantil, donde padres desquiciados arruinan la ilusión de los chicos con insultos y golpes. Hemos visto canchas convertidas en ring de boxeo, con barras bravas que se creen dueñas del espectáculo, armando emboscadas, destrozando instalaciones y sembrando el miedo. Los árbitros, verdaderos rehenes de esta locura, tienen que soportar agresiones físicas y verbales constantes, y la policía, muchas veces, llega tarde o es desbordada.
Sanciones que no alcanzan y un futuro incierto
La Liga Sanjuanina de Fútbol, con su Tribunal de Penas, aplica sanciones. Hay jugadores suspendidos por años, partidos que se juegan a puertas cerradas, multas y hasta quita de puntos. Se intenta poner parches, como prohibir la entrada a quienes violenten los partidos infantiles, pero la realidad es que no es suficiente.
Este problema es un reflejo de una sociedad que está enferma, donde la frustración y la impunidad se canalizan en el deporte. Mientras sigamos viendo la cancha como un lugar para descargar miserias en lugar de celebrar, el fútbol sanjuanino seguirá perdiendo. No solo pierde en lo deportivo, pierde a las familias que ya no quieren ir, pierde el respeto, y sobre todo, pierde la oportunidad de ser un espacio de unión y alegría.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando que la violencia sea la protagonista en nuestras canchas?