Axel Kicillof salió a gritar “¡soberanía!” como si todavía estuviera en la tribuna de 2012, intentando tapar con épica lo que en realidad es su propia responsabilidad histórica. Porque fue él, como ministro de Economía, quien encabezó la estatización de YPF sin respetar los estatutos ni prever las consecuencias legales, y ahora la Argentina enfrenta un fallo judicial en EE.UU. que obliga a entregar acciones de la empresa o pagar miles de millones. En lugar de reconocer su error, Kicillof prefiere culpar a Javier Milei y denunciar conspiraciones privatizadoras. Lo curioso es que habla de defender YPF mientras la provincia que gobierna se hunde en deudas, rutas destruidas y escuelas hechas trizas. Su discurso, plagado de enemigos externos y fantasmas neoliberales, es puro humo para esconder que fue su propia improvisación la que metió a la Argentina en este lío monumental. Hoy, cuando el país necesita soluciones concretas y estrategias jurídicas sólidas, Kicillof se refugia en el relato, como si gritar “Patria” alcanzara para tapar los agujeros que él mismo abrió.
Y lo peor es que pretende venderse como el gran defensor del patrimonio nacional, cuando fue su propia falta de previsión la que dejó la puerta abierta a los fondos buitres. Habla de Milei como si fuera un vendepatria, pero él mismo hipotecó el futuro de YPF con una estatización chapucera, sin cumplir los procesos legales que exige una empresa que cotiza en Nueva York. Mientras tanto, Buenos Aires sufre inseguridad imparable, tomas de tierras, hospitales colapsados y docentes que reclaman salarios dignos. Pero claro, nada de eso parece importarle cuando puede montarse en el show nacionalista y acusar a la Casa Blanca, a Wall Street y a Milei, todos en la misma bolsa, de querer “entregar YPF”.
Lo más indignante es que ni siquiera ofrece una estrategia clara para afrontar el fallo de Preska: ni un plan financiero, ni una vía diplomática, ni siquiera un cronograma de apelaciones serio. Sólo agita fantasmas, se victimiza y busca pegarle al gobierno nacional para salvar su pellejo político. La Argentina necesita dirigentes que se hagan cargo de sus errores y trabajen para salir de este atolladero, no actores que jueguen al patriota mientras los bonaerenses no tienen cloacas ni aulas seguras.
Mientras tanto, Kicillof se llena la boca hablando de “soberanía energética” cuando los bonaerenses pagan tarifas impagables, los combustibles suben sin freno y las inversiones en Vaca Muerta están en la cuerda floja por la inseguridad jurídica. Su postura es hipócrita: se presenta como el guardián de YPF, pero su gestión dejó a la empresa en la mira de litigios internacionales y ahora quiere echarle la culpa a Milei, como si él no tuviera nada que ver.
Kicillof debería dejar de victimizarse y dar explicaciones concretas. Porque la verdadera traición sería permitir que Argentina pierda el control de YPF gracias a sus propias torpezas, mientras sigue vendiendo discursos revolucionarios que ya no convencen ni a los suyos. Milei podrá tener muchos defectos, pero al menos no fue él quien plantó la bomba legal que ahora amenaza con explotar en la cara de todos los argentinos. Kicillof, en cambio, parece más preocupado por salvar su relato que por defender en serio los intereses de la Nación. Y esa es, quizás, la mayor estafa política de todas.