Juan Grabois salió a bancar a Cristina con el fervor de un seminarista místico en trance peronista: “Cristina no es un amor tibio, es un amor que da la vida… como Jesús”, dijo, mientras el Espíritu Santo de Comodoro Py le revoloteaba la barba. Más que un dirigente social, parecía predicador de una secta que mezcla Montoneros con el Nuevo Testamento y un par de tweets del Indio Solari.
Ahora, lo curioso es que no hace tanto —octubre de 2021 nomás— el mismo Grabois decía que la fortuna de los Kirchner le hacía “ruido”. ¡Claro, Juan! Lo que pasa es que en esa época estabas sintonizando Radio Ética, y ahora agarraste la FM Redención K. Un cambio de dial nomás, no seamos duros.
En aquel entonces, Grabois se tiraba contra los “usos y costumbres de la burguesía argentina”, como quien denuncia que en la villa se vende caviar. Incluso apoyaba la idea berlinesa de expropiar propiedades ociosas. Pero parece que la única propiedad que no considera ociosa es el piso en Recoleta de Cristina, que siempre está activo… para los fallos judiciales.
Después intentó matizar: “No está mal tener patrimonio, mirá Merkel o Biden”. Claro, pero Merkel vive en un departamento de 90 metros y Cristina tiene hasta hoteles con pantuflas bordadas. ¿Será que la austeridad alemana no garpa tanto como el spa santacruceño?
Y cuando le tiraron con la transparencia, contestó con una joyita: “Es morbo, es fascinación por lo sucio”. O sea, investigar patrimonios es morbo, pero canonizar a Cristina es militancia. Lógica 3.0: si hacés preguntas sos gorila, pero si besás el anillo K te volvés apóstol.
Grabois, como tantos otros, parece haber entendido que en el peronismo, el amor verdadero no se mide en coherencia, sino en sacrificios… ajenos