El gobierno de Javier Milei predica libertad, pero ejecuta con látigo. Habla de república, pero reparte como un patrón de estancia. Mientras las provincias cumplen con el ajuste, achican gastos, y sostienen con esfuerzo la salud, la educación y la obra pública, desde la Casa Rosada se las castiga con una brutal baja de la coparticipación y se premia, por abajo de la mesa, a los que callan, aplauden o se arrastran.
San Juan es ejemplo de provincia austera y ordenada. ¿Y qué recibe a cambio? El desprecio total. Una caída del 23,4% real en los fondos coparticipables, el ahogo fiscal sin red, el abandono total en ATN y transferencias discrecionales. Ni un gesto, ni un centavo. Solo el látigo del ajuste y el silencio como respuesta. Gobernar así no es administrar. Es extorsionar como siempre se le criticó al peronismo.
El verso de que “no hay plata” se desmorona cuando se mira adónde va la plata: el 63% de las transferencias no automáticas fueron a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ¿Federalismo? No. Es el unitarismo más despiadado desde los tiempos de Rosas. Un modelo vengativo, hostil con el interior productivo y complaciente con el conurbano subsidiado. San Juan, al igual que La Pampa, San Luis o Chubut, es tratada como una carga. Mientras tanto, Tucumán, Bs. As., Tierra del Fuego,
Neuquén y Santa Cruz —casualmente, con gobernadores, amigos— reciben millones.
El libertarismo de Milei se convirtió en una estafa federal. Habla contra la casta, pero construye una nueva: la casta de los obedientes. Aquellos que se arrodillan por un ATN, firman convenios vacíos, o votan leyes de entrega a cambio de promesas truchas. Las provincias que se plantan son castigadas, las que se entregan son premiadas. Así no se construye un país, se construye un imperio porteño.
San Juan no se calla, San Juan no se entrega. No se trata de ideologías ni partidos: se trata de dignidad, de federalismo real, de defender lo que corresponde por derecho. Y si el Presidente se cree virrey, que sepa que en esta tierra ya supimos echar a una que se creía reina y ahora está PRESA, que se acuerde que terminó siendo una monarca de utilería, Milei debería ver esto, pero no lo hace.
Porque al interior profundo no lo mata la pobreza, lo mata el desprecio de los que se creen el país desde un café de Recoleta.