Una dirigente radical de Franja Morada de la UBA, Celeste Hardden, con experiencia en las luchas universitarias (De estudiar ni hablemos) se despachó esta semana con un diagnóstico político que dejó a más de uno buscando el Rivotril. Milei es como cuando te dicen ‘esto no pica nada’ y terminas llorando con la lengua en el congelador. Sin anestesia, como cuando tu ex te dice ‘tenemos que hablar’ y sabés que el postre no solo tiene veneno, pero dietético.
Los pibes de la UCR dicen que el presidente probablemente arrase en las elecciones de octubre. Y no lo dijo con entusiasmo precisamente, sino con esa mezcla de pánico y resignación que tienen los abuelos radicales descubren que su nieto vota a los libertarios “porque son diferentes”. También tiró un palito elegante para el otro lado del mostrador: dijo que le sigue pareciendo raro que la causa del Correo, esa que tiene a un expresidente como protagonista, esté más estancada que parrillada en velorio.
En un rapto de sinceridad brutal, lanzó un mensaje para sus contrincantes peronistas de siempre: «*Si no se reinventan, y dejan de defender a ladrones como los Kirchner, van a terminar como nosotros, que la única vida que tiene la UCR somos la Franja Morada*». No dijo más, pero el silencio olía a autopsia.
Sobre la baja de la inflación, fue tan escéptica como un jubilado frente al anuncio de aumento. Dijo que el milagro libertario se basa más en licuar sueldos y cerrar heladeras que en medidas mágicas. Que si el índice baja es porque la gente ya no tiene ni para mirar precios, y que lo único que se escucha es el sonido de la motosierra asesina