En la República del Revés, donde los billetes vuelan en bolsos y los sindicalistas son guardaespaldas con pancarta, Cristina volvió al ruedo. Y no en modo abuelita tierna ni jubilada de la democracia, sino en plan pistolera del Far West, con cara de pocos amigos y custodia sindical armada con bombos y choripán.
El domingo, la Doña se calzó el poncho retórico y largó una frase que sonó como amenaza disfrazada de autovictimización:
“Si estoy tan acabada, ¿por qué no me dejan competir y me derrotan políticamente? ¡A ver, mirá cómo tiemblo!”
¡Bang! El estruendo retumbó desde El Calafate hasta la CGT. ¿Qué fue eso? ¿Una reflexión democrática? ¿Un berrinche? ¿O simplemente Cristina pidiendo que le devuelvan el revolver con el que jugaba a la democracia participativa?
La escena es de película clase B: Cristina esposada por la Justicia, gritando como bandido acorralado en el desierto:
“¡Cobardes! ¡Devuélvanme el chumbo y lo resolvemos a los tiros!”
Sí, porque eso de presentarse a elecciones y aceptar las reglas de juego no es tan emocionante como un tiroteo ideológico con efectos especiales y movilización sindical.
Claro que la justicia argentina no es precisamente el Sheriff Wyatt Earp, pero tampoco es el decorado de Showmatch. En su haber, Cristina no acumula sólo tuits irónicos y libros en tapa dura: también carga con causas que vienen desde la prehistoria kirchnerista, firmadas por más jueces que una final de «La Voz Argentina».
¿Y las pruebas? No hablamos de sospechas caprichosas, sino de episodios grotescos, como José López lanzando bolsos repletos de dólares como si fuera Papá Noel de la corrupción. A esta altura, la defensa de Cristina suena más a sketch de Capusotto que a alegato judicial.
Pero ella insiste: «Me proscriben». ¿Quién? ¿La Corte? ¿El poder mediático? ¿El horóscopo de Ludovica? La realidad es que si la Corte confirma las condenas, no hay proscripción, hay Código Penal. Pero ella, lejos de acatar el veredicto, prefiere el escenario que más le gusta: el del drama épico con humo, multitudes y mucha épica barrial.
Y ahí entran los muchachos de siempre: la UOM, ATE, Smata, La Bancaria y el Sindicato de Mozos Melancólicos, todos listos para el paro nacional por la salud democrática de su líder. Lo que no se entiende es qué tiene que ver el juicio de Cristina con el salario de un mecánico o el convenio colectivo de un bancario. ¿Se sindicalizó el Código Penal y nadie avisó?
Estos sindicatos parecen haberse convertido en una suerte de Prosegur ideológica: no protegen derechos laborales, sino a una señora que se compara con Clint Eastwood en plena justicia por mano propia.
Porque seamos sinceros: pedirle a la Justicia que “le devuelva el chumbo” para que “la derroten en las urnas” es como exigirle al árbitro que te devuelva la navaja porque sos buen boxeador. La ley no se discute en la esquina con pancartas y choriceada militante: se cumple.
En este país donde los demonios que Cristina dice ver parecen haber salido de su propio espejo retrovisor, el único duelo posible no es electoral, sino judicial. Pero ella sigue empeñada en batirse a duelo en la plaza pública, con los sindicatos como escuderos y el bombo como metralla.
Mientras tanto, la Justicia tiene que hacer lo suyo. Aunque el país parezca un circo con jueces trapecistas, sindicalistas lanzallamas y expresidentas en modo western, alguien tiene que aplicar la ley sin disfraz ni custodia sindical.
Porque si seguimos así, el próximo que pida custodia va a ser el Código Penal, que está pidiendo asilo político en Uruguay.