Lo de CABA fue un tiro en la sien del PRO… pero con silenciador, para que ni siquiera moleste. Dieciocho años mandando en la Ciudad y terminar terceros, a los tumbos, como borracho sin dignidad, ya no es derrota: es extinción.
Y en San Juan tomaron nota. ¿Nota? No, tomaron clonazepam. Salió Enzo Cornejo, capo del PRO local y socio menor del orreguismo, a hacer de vocero del Titanic, versión amarilla. “Nos obliga a rearmarnos”, dijo. Y claro que sí, Enzo: porque quedaron como Legos después del temblor. ¿Rearmarse? Primero busquen las piezas, hermano, porque no quedó ni el instructivo.
La autocrítica fue tan superficial que parecía redactada por un community manager con miedo a perder el laburo. “La gente está cansada”, repitió Enzo, como si la culpa fuera del votante por no entender la genialidad del partido. ¡No, Enzo! La gente no está cansada. La gente está harta de las peleas entre ustedes: de los globitos, del marketing trucho, de los candidatos que hablan como si leyeran la carta de vinos del Mirasol de Puerto Madero.
Y para colmo, se jactan de “haber acompañado a Milei”. Hermoso. Como esas parejas que se separan pero siguen compartiendo Netflix. “Acompañamos, pero con diferencias”. Traducción: nos colgamos del saco del loco, pero después lo criticamos por gritar. Puro oportunismo con perfume a traición.
“Los valores del PRO no se negocian”, dicen. ¡Obvio! ¿Cómo se van a negociar si ya los remataron hace dos elecciones? Hoy el PRO es una pyme de frases vacías: respeto, responsabilidad, república. Todo muy lindo hasta que hay que votar una ley o bajar a los barrios sin dron ni prensa.
Y lo mejor: la mesa de diálogo. Qué miedo esa frase. Siempre que la política habla de una “mesa de diálogo”, terminan todos comiendo con los codos, pactando con enemigos, cagándose a besos en público y a puñaladas por WhatsApp. ¿Diálogo para qué, Enzo? ¿Para ver quién se acomoda mejor en la foto del próximo naufragio?
En resumen, el PRO en el país se quedó sin relato, sin épica, sin votos… y sin vergüenza por las peleas internas que lo hicieron naufragar. Hacen política con aroma a fiambre vencido: todos saben que está podrido, pero lo siguen sirviendo por si alguien no se da cuenta.
Así están: bailando sobre las ruinas, con cara de seminaristas y alma de operadores. Y todavía tienen el tupé de decir que “las internas no llevan a ningún lado”. Mentira. Llevan exactamente a donde están ahora: a ningún lado.