En el reino del algoritmo y la dopamina, donde la atención dura menos que una promesa de campaña, triunfan los que gritan más fuerte, no los que piensan. Si la pifian, no pasa nada: total, el scroll es eterno y la memoria colectiva, flojita de papeles.
¿Alguien lleva la cuenta de las burradas que dice el presidente? Seguro hay un loco lindo con Excel en una cueva. Pero la mayoría no. Y en democracia, lo que vale es la mayoría. Fin del comunicado.
Con ese marco de modernidad desmemoriada, aterriza la jugada de Carlos Munisaga, intendente de Rawson y nuevo influencer institucional. El jueves pasado tiró un bombazo administrativo con perfume de show de talentos: les pidió la renuncia a sus 76 funcionarios. Todos. Parejito. Democráticamente brutal. Como quien dice: «Gracias por participar, ahora veremos si siguen en el reality».
La movida tuvo tanto impacto que hasta en el gimnasio dejaron de hablar de proteínas para opinar sobre política. Milagro nacional.
Munisaga se subió a la motosierra, pero no para cortar leña sino para hacer un corte estético a su gabinete. Todo en nombre de una verdad tan potente como irónica: la coparticipación está más flaca que sueldo de docente. Dos razones: la recesión y… sí, más recesión con esteroides. Ah, y también la baja de impuestos. Porque si no hay consumo ni presión fiscal, claramente la recaudación va a explotar. Pero para abajo.
Y por si fuera poco, Nación cortó todos los fondos extra. Como dijo Milei: “no hay plata”. Y por cómo viene la mano, tampoco hay reversa.
Rawson está fundido. Como todos. Lo dijo esta misma columna en Pelado Stream, esa usina de sabiduría donde todo se predice menos el precio del pan. Daniela Rodríguez, de Chimbas, fue la primera en confesar que no daba más. Pero el virus se expandió: los orreguistas también están con respirador económico. Nadie se salva. Ni con agua bendita.
Pero ojo: detrás del «no hay plata», se esconde una guerra fría con olor a internismo. El gobierno provincial, con cara de yo-no-fui, acusa a los intendentes peronistas de haber inflado la plantilla de ñoquis versión premium para darle abrigo a los náufragos de Uñac. Y ahora les piden, en susurros de acero, que le den a la tijera.
Munisaga escuchó el susurro, agarró el megáfono y respondió al estilo libertario: «¿Ajuste quieren? ¡Tomen ajuste, manga de tibios!»
A las 11 de la mañana, sin anestesia, largó un comunicado más corto que presupuesto municipal: todos renunciados. Chau. Sin filtro. Después se verá quién sigue y quién termina vendiendo jugos en la peatonal. Lo importante es que el show tuvo su acto principal. ¿Reubicación masiva? ¿Recontratación discreta? Da igual. Lo viral ya está hecho. El algoritmo lo aprobó. Y eso, en la era de la política TikTokera, es victoria.
¿Y ahora qué? ¿Vendrá el efecto dominó? ¿Harán lo mismo los otros intendentes peronistas? Puede ser. Aunque ya se sabe: en grupo son valientes, pero a la hora de los bifes, cada uno se encierra con su Excel y su miedo.
Todos están secos. Pero eso no significa que vayan a recortar. Algunos jurarán que ya ajustaron tanto que si cortan un poco más, el municipio desaparece. Y otros se quejarán bajito, porque se quedaron sin lugar para ubicar a los “compañeros sin función definida”.
Pero igual, dicen, valió la pena. Porque ahora Munisaga no solo es intendente: también es viral. Y en estos tiempos, eso es mucho más importante que gobernar.