La preparación de la expedición Franklin
La expedición Franklin tenía como misión la búsqueda del Pasaje del Noroeste, una ruta marítima directa que evitase el largo y peligroso viaje alrededor de Sudamérica para alcanzar los territorios asiáticos. En el contexto de expansión imperial, la Marina Real Británica mostraba un particular interés en abrir ese Pasaje del Noroeste que le ayudaría a consolidar su posición como superpotencia marítima. Al mismo tiempo, la expedición buscaba cubrir los vacíos existentes en el conocimiento geográfico del área.
El itinerario de la Franklin preveía un viaje a través de la Bahía de Baffin y el Estrecho de Lancaster, la exploración de zonas mal conocidas como el Estrecho de Barrow y la Isla del Rey Guillermo para, a continuación, alcanzar el Pacífico a través del Estrecho de Bering. La lideraba Sir John Franklin, un oficial de la marina experto en la exploración polar que llevaba a sus espaldas varias expediciones al Ártico.
La experiencia de su capitán, el cuidado con el que se planificó y la tecnología de las dos naves hacían que se percibiese el éxito en el horizonte. Tanto la Erebus como la Terror, las naves elegidas para la empresa, se habían modificado para resistir las duras condiciones atmosféricas que dominaban el Ártico. Contaban con cascos reforzados en hierro y motores de vapor adicionales que debían facilitar la navegación a través de las aguas congeladas. Además, portaban suministros de víveres suficientes para alimentar a la tripulación durante tres años. ¿Qué podía salir mal?

La extraña desaparición de las naves
El 19 de mayo de 1845, la expedición zarpó del puerto de Greenhithe en Inglaterra. Aunque las primeras etapas del viaje transcurrieron sin ningún tipo de incidencia, el rastro de la expedición se perdió pasados unos meses de su partida. Las naves fueron avistadas por un ballenero, en la bahía de Baffin, durante el mes de julio de ese mismo año.
Siguieron dos años de silencio en el que las autoridades británicas esperaron recibir noticias de Franklin y su equipo, dado que sabían que la expedición estaba preparada para resistir largos períodos en el Ártico. Llegados a 1848, la esposa del capitán, Lady Jane Franklin, presionó al Almirantazgo Británico para que organizara una batida de búsqueda de Franklin y los suyos. Nadie estaba preparado para enfrentarse a lo que encontraron.
En 1850, se halló un campamento abandonado en la isla de Beechey que proporcionó las primeras pistas sobre el destino fatal que había soprendido a la expedición. Se encontraron latas de comida, objetos de uso cotidiano, tiendas de campaña y los cuerpos, preservados en el hielo, de tres miembros de la Franklin. Se trataba de las tumbas de William Braine, John Hartnell y John Torrington, fallecidos entre 1845 y 1846.
Este hallazgo supuso un antes y un después en las investigaciones sobre la desaparición de la Franklin. No solo confirmaba que algo terrible les había sucedido, sino que también permitió que los equipos de búsqueda centrasen sus operaciones en las áreas circundantes.
Un año después, en 1854, el explorador John Rae hizo un descubrimiento alarmante tras hablar con los inuit de la región de Boothia. Los inuit confirmaron que habían visto a hombres blancos morirse de hambre años atrás, y que algunos de ellos habían recurrido al canibalismo para intentar sobrevivir en aquel infierno de hielo.

¿Qué sucedió realmente con la expedición Franklin?
En la actualidad, el desastre de la Franklin se explica por una confluencia de factores médicos, climatológicos y circunstanciales. La arqueología forense ha contribuido enormemente a comprender lo que ocurrió con la expedición. Un equipo de la Universidad de Alberta, encabezado por el investigador Owen Beattie, llevó a cabo en 1981 un estudio pormenorizado de los cadáveres de los tres tripulantes cuyas tumbas se habían encontrado en la isla de Beechey.
Beattie y los suyos descubrieron que los tripulantes habían sufrido desnutrición y que sus cuerpos contenían, además, altos niveles de plomo que pudieron haber contribuido a la debilidad generalizada de los expedicionarios. Se cree que el envenenamiento por plomo se produjo por las latas de comida a bordo o por la contaminación del agua potable transportada en los barcos. El desarrollo de tuberculosis y la verificación de casos de hipotermia en el contexto climatológico extremo también resultaron devastadoras.
En 2014, un proyecto conjunto en el que colaboraron la Fundación de Parques de Canadá, el gobierno canadiense y algunas instituciones privadas consiguió dar con el paradero de los restos del Erebus. Gracias al uso de la última tecnología satelitar, se encontró el pecio en las cercanías de la isla del Rey Guillermo. En 2016, la nave Terror se halló intacta en la profética bahía de Terror.
Gracias a este hallazgo, pudo confirmarse que las naves habían quedado atrapadas por el avance del hielo y que, muy probablemente, los tripulantes intentaron abandonar las naves después de haber permanecido varios inviernos prisioneros del mar helado.

La inestimable aportación inuit en la investigación
Aunque durante más de un siglo apenas se dio escucha a los testimonios de las poblaciones locales, las últimas investigaciones científicas han probado que estos relatos contribuyeron de manera crucial a determinar lo que había sucedido con la expedición de Franklin.
Los inuit afirmaron haber visto a grupos de hombres blancos en la isla del Rey Guillermo, en un intento desesperado por sobrevivir. Hoy en día, se le reconoce a estos testimonios un alto valor para intentar reconstruir el final de esos más de 125 hombres que perecieron, sin lograr su objetivo, en uno de los parajes más inhóspitos de la Tierra.
Un capitán devorado: las pruebas de canibalismo
El artículo “Identification of a senior officer from Sir John Franklin’s Northwest Passage expedition”, que se publicó el 24 de septiembre de 2024 en la revista académica Journal of Archaeogical Science: Reports ha proporcionado nuevos datos sobre el trágico final de la expedición. El estudio, que se centra tanto en el análisis de ADN como en pruebas arqueológicas, demuestra que el cuerpo del capitán James Fitzjames, figura al mando de la nave Erebus tras la muerte de Sir John Franklin, fue canibalizado por sus compañeros.

Historia
Carne humana para sobrevivir: la tragedia de los Andes
Eugenio M. Fernández Aguilar
Los restos de Fitzjames pudieron identificarse gracias al ADN de un molar que se extrajo de una mandíbula encontrada en 1993 en la bahía Erebus. El análisis del cromosoma Y confirmó una fuerte correspondencia genética con los descendientes contemporáneos de Fitzjames, lo que permitió determinar que la mandíbula pertenecía al capitán del Erebus.
Los restos humanos encontrados en la bahía Erebus presentan marcas de corte en los huesos. Esto demuestra que los supervivientes se vieron obligados a recurrir a la antropofagia para intentar mantenerse con vida. Esta decisión límite, sin embargo, no les sirvió de nada. A pesar del reparo inicial con el que los europeos acogieron tales rumores de canibalismo, las investigaciones arqueológicas y forenses han corroborado que, en su desesperación, los miembros de la expedición de Franklin se vieron abocados al consumo de carne humana para intentar sobrevivir.
Referencias
- Battersby, William. «Identification of the Probable Source of the Lead Poisoning Observed in Members of the Franklin Expedition.» Journal of the Hakluyt Society, vol. 19, no. 3, 2008, pp. 45-56.
- Beattie, Owen, y Geiger, John. Frozen in Time: The Fate of the Franklin Expedition. Greystone Books, 1987.
- Potter, Russell A. Finding Franklin: The Untold Story of a 165-Year Search. McGill-Queen’s University Press, 2016.